Joven creyente egipcia abandonada y maltratada por su familia
Egipto
Duhra nació en la infelicidad. Cuando nació su hermana mayor, su padre la llamó “Suficiente” porque no quería tener más hijas. Luego, cuando nació Duhra, (su padre) abandonó por completo a la familia.
La madre de Duhra, quien la culpó por la ruptura de su matrimonio, dejó a Duhra en El Cairo con su abuela mientras trabajaba en el extranjero. Aunque la madre de Duhra era una musulmana no practicante, su abuela era devota, y la obligaba a cubrirse la cabeza y a rezar con regularidad.
Al sentir profundamente la pérdida de sus padres, Duhra oró a Alá pidiendo ayuda: “Necesito una madre; necesito un padre. ¿Por qué me creaste sin padres?”.
Entonces, una noche, Duhra soñó con un gran edificio blanco como una mezquita, pero tenía una cruz en la parte superior en lugar de un minarete. Aunque nunca había visto el edificio, reconoció la cruz por los tatuajes que había visto en sus compañeros cristianos coptos.
Los cristianos coptos, quienes practican una forma de cristianismo ortodoxo, componen solo alrededor del 10% de la población de Egipto. Pero están orgullosos de su herencia cristiana, y muchos lucen audazmente tatuajes de cruces en sus muñecas o manos.
El sueño le había brindado tanto consuelo a Duhra que comenzó a dibujar una cruz en su propia muñeca, a pesar del origen musulmán de su familia. Cuando su abuela lo vio, se alarmó. “Esto está muy mal —le dijo—. Los cristianos… pueden herirte y hacerte muchas cosas malas”. Su abuela estaba tan preocupada que la llevó a una mezquita para “tratamiento”. El tratamiento de los imanes, sin embargo, se convirtió en abuso sexual.
Cuando Duhra estaba en quinto grado, un día dio una vuelta equivocada e inesperadamente se encontró frente al mismo edificio de la iglesia de su sueño. A partir de entonces, a menudo se escapaba por la noche para visitar una iglesia cerca de su casa.
Después de la muerte de su abuela, cuando Duhra tenía 13 años, su madre regresó a Egipto para cuidar de su «hija problemática». Ya estaba resentida con Duhra, y cuando se enteró de que su hija había estado visitando una iglesia, el maltrato se intensificó. “Muchas veces me envió a dormir en la tierra junto a la estación de autobuses frente a nuestra casa —dijo Duhra—, pero aún así, seguí yendo a la iglesia”.
A pesar del maltrato, Duhra se sintió tan atraída por Cristo que continuó visitando iglesias en secreto; esperaba hasta que su madre se fuera antes de salir de la casa. A los 15 años, su familia se mudó y Duhra compartió su historia con un nuevo vecino cristiano. El vecino entonces le presentó a un sacerdote copto quien le dio una Biblia y comenzó a enseñarle sobre la fe cristiana.
Mientras estudiaba la Biblia e interrogaba al sacerdote, las experiencias pasadas de Duhra empezaron a tener sentido y pronto puso su fe en Jesús. “Jesús está en mí y es real —dijo—. Aunque nunca lo había visto, ya lo conocía”.
Aunque la nueva fe de Duhra le había proporcionado paz interior, sus problemas en casa continuaban. Su madre la golpeaba con tanta frecuencia que finalmente contrató a agentes de policía fuera de servicio para golpear a Duhra por ella. Y su madre también la llevó varias veces a la Oficina de Seguridad Nacional para que la golpearan aún más. Su piel permaneció magullada y raspada, y en un momento le quebraron las piernas. Más de quince años después, Duhra todavía tiene dolor crónico y daños en las piernas, que no sanaron adecuadamente porque nunca recibió tratamiento médico.
Cuando Duhra cumplió 21 años, su madre propuso lo que ella creía que sería la solución a su problema. “Mi madre hizo un trato con un hombre que se iba a casar conmigo —dijo Duhra—. Le pidió que me devolviera a ser una musulmana comprometida de nuevo”.
Después del matrimonio arreglado, el primer acto de su marido fue quemar un tatuaje de cruz que Duhra se había hecho en secreto en el hombro. Como pensaba que podría detener su fe por medio de borrarle la cruz, derramó ácido sobre los hombros y la espalda de Duhra, causándole un dolor terrible.
Sus días de visitar en secreto la iglesia también habían terminado. Era mantenida como prisionera y nunca se le permitía salir de su casa.
Sin embargo, cuando Duhra y su esposo tuvieron un niño, desafiante le puso un nombre cristiano. En respuesta, su esposo la golpeó, se divorció de ella, la echó a la calle y se quedó con su hijo. “Tenían miedo de que yo lo criara en la fe cristiana”, dijo.
UNA NUEVA FAMILIA
A lo largo de las continuas luchas de Duhra, su iglesia ha sido una fuente de gran consuelo. “Nunca sentí el significado de tener una familia —explicó—. Solo lo sentí en la iglesia; el lugar donde tengo gozo es solo en la iglesia”.
Duhra ya no sufre palizas diarias, pero vive con el dolor continuo de extrañar a su hijo, a quien no ve desde hace más de 11 años. «Me quitaron a mi hijo —dijo—, y yo me negué a abandonar mis creencias». Cuando presentó una demanda legal, el tribunal dictaminó que, debido a que es cristiana, no tiene la patria potestad de su hijo.
Como cristiana convertida del islam en Egipto no tiene protección legal y se la considera de poco valor. Cuando los empleadores se enteran de su fe cristiana, la despiden o la maltratan. Un empleador retuvo su salario durante tres años y ahora se niega a pagarle, ya que sabe que, como cristiana, Duhra no tiene ningún recurso legal. “Es un tipo especial de acoso —dijo un trabajador de VOM en Egipto—, porque para ellos una chica cristiana es como un objeto”.
Su familia de la iglesia la ha apoyado durante la última década: le han brindado vivienda y apoyo emocional. En 2018, cuando sus problemas médicos se volvieron más de lo que ella y su comunidad cristiana local podían manejar, VOM intervino para ayudar. Duhra estaba agradecida de saber que su familia espiritual se extiende por todo el mundo.
Si bien su día a día sigue siendo difícil, Duhra permanece fiel al Dios que la llamó desde la infancia. Su oración es que su familia llegue a conocer al Señor como ella y continuar viviendo de acuerdo con la voluntad de Dios. Aunque el esposo de Duhra le quitó brutalmente el tatuaje de la cruz de su hombro, ella sabe que nadie puede quitar al Jesucristo vivo de su corazón. “Dios está realmente conmigo —dijo—. Creo que todo el sufrimiento y las luchas (…) me fortalecieron y me dieron la indicación de que estoy en el camino correcto”.