UNA HERMANDAD DE DOLOR Y CONSUELO

Deborah y Christina perdieron hijos, marido y casa en los ataques de Boko Haram, pero ni siquiera este gran sufrimiento ha hecho tambalear su confianza en la providencia de Dios.

Un día, mientras Deborah charlaba con un vecino bajo un árbol de mango, cinco jóvenes se acercaron, bajaron de su vehículo armados con ametralladoras y caminaron decididamente hacia su casa. Sus sobrinas, Palmata, de 9 años, y Kumai, de 7, a quienes había adoptado, comían un bocadillo después de la escuela justo delante de la puerta principal, mientras el marido de Deborah estaba sentado dentro de la casa preparándose para un estudio bíblico esa tarde.

Deborah se apresuró a seguirlos hasta su casa, pero uno de los hombres la detuvo en el pasillo. «¡Tienes que tirarte al suelo!», le ordenó con voz áspera.

Mientras estaba tumbada boca abajo, el hombre armado le clavó la bota en la parte baja de la espalda. Entonces oyó cuatro disparos en la habitación donde su marido estaba estudiando. Sobrecogida por el terror, Deborah se puso a orar. Ella creía que sería la siguiente.

Para su sorpresa, los asesinos la dejaron agachada en el pasillo. Sin embargo, cuando salieron, tomaron a sus hijas pequeñas y las obligaron, entre gritos, a subir a su camioneta.

«¿Por qué nos llevan?», Palmata gritó.

Deborah se puso en pie y corrió tras el vehículo, pero pronto tropezó y se desmayó en la nube de polvo que dejó a su paso.

Cuando despertó en el hospital, el personal médico confirmó sus temores: su marido había sido asesinado y sus hijas habían sido secuestradas. Inmediatamente le golpeó el mismo dolor que ahora tienen en común tantas mujeres nigerianas.

Deborah estaba desesperada por recuperar a sus hijas. Tras ser dada de alta del hospital cinco días después, compartió fotos de ellas con la policía militar y con los vecinos, con la esperanza de que alguien las reconociera. Pero nadie pudo ayudarle.

Deborah tenía cinco hijos mayores y, tras el atentado, envió a todos menos al más pequeño a vivir a una ciudad más segura, donde no se verían obligados a unirse al grupo islamista. Creía que su hijo menor, de 12 años, estaría a salvo con ella.

Pero tres meses después, dos hombres le tendieron una emboscada cuando volvía a casa de la escuela. «Le dispararon en la cabeza y en el pecho», dijo Deborah. Después de su funeral, Deborah empacó sus cosas y se mudó a su iglesia. Ya no se sentía segura en su propia casa.

Sin embargo, pronto circularon rumores de que los soldados de Boko Haram planeaban atacar la iglesia. Deborah, su pastor y su familia huyeron a la relativa seguridad de un campo de desplazados internos. Más tarde, Deborah se enteró de que los extremistas habían robado todas sus pertenencias y quemado su casa.

En cuestión de semanas había perdido a su marido, sus dos hijas, un hijo y su casa.

«En realidad no estaba en mis cabales —dijo—. Me perdí por completo. Bajé de peso. Estaba pasando por un gran trauma. No me permití sentir sus muertes».

Deborah luchó con la desesperanza durante cerca de tres años, pero finalmente empezó a confiar en que Dios tenía un plan y un futuro para ella. «Siento que, sin importar cual sea el plan de Dios, si es Su voluntad que no vuelva a ver a las niñas, entonces que las guíe para que lleguen al cielo, pero si es Su voluntad que nos reunamos de nuevo, que los hombres liberen a las niñas —dijo—. Esa es mi oración. Sé que, pase lo que pase, aún nos encontraremos a los pies de Dios».

En la actualidad, Deborah comparte casa con una mujer en otra ciudad y se mantiene con un trabajo de limpieza. Ha perdonado a los hombres que le quitaron todo y ora para que se arrepientan.

ATACADA AL AMPARO DE LA OSCURIDAD

Christina acababa de irse a la cama cuando oyó disparos en varias partes de su aldea en el estado de Borno (Nigeria), y los sonidos se acercaban cada vez más.

Rápidamente tomó a su hija, Rejoice, de 5 años quien estaba dormida y se preparó para correr y ponerse a salvo. Su marido y sus otros ocho hijos ya estaban acampados en las montañas, una precaución habitual desde que Boko Haram había comenzado a atacar su región en el norte de Nigeria.

Sin embargo, antes de que Christina pudiera salir de su casa, fue alcanzada en el brazo por la bala de un atacante. La bala atravesó su brazo y la espalda de Rejoice, matándola al instante. Cuando el brazo sangrante de Christina se debilitó, dejó caer involuntariamente el cuerpo sin vida de su hija al suelo.

A woman shows her scars from a bullet

Christina había temido que su familia sufriera algún día un ataque de Boko Haram, pero el dolor fue mucho peor de lo que había creído posible.

«Cuando oímos hablar de las matanzas de Boko Haram, sentí que si alguna vez entraba en contacto con ellos moriría porque no podría resistirlos —dijo—. Pero cuando ocurrió, ni siquiera fui capaz de sentir el dolor del disparo que sufrí. Mi dolor fue la muerte de mi hija».

La familia de Christina vive actualmente con unos parientes en otro pueblo. Tras el atentado perdieron otro hijo debido a una enfermedad, por lo que ella y su marido tienen ahora siete hijos. Aunque ha superado mucho dolor, como madre siempre sentirá su pérdida.

EL CAMINO DE LA SANIDAD

Tanto Deborah como Christina han tenidos sus luchas desde estos ataques de Boko Haram, pero con el tiempo y la ayuda de sus familias e iglesias, han logrado tener una relación más profunda con Dios. VOM le ha proporcionado alimentos a Christina y ánimo a Deborah.

«Las oraciones de los pastores y los creyentes, su aliento, y ver lo que les ocurrió a otras personas me animó —dijo Deborah—. No sería capaz de olvidar ese apoyo».

Un estudio bíblico también ayudó a Deborah a darles sentido a sus pérdidas.

«Repasamos el libro de Job y tratamos de entender lo que él vivió —dijo—. No es diferente de lo que pasamos nosotras, así que me sentí alentada. Los pastores también nos dieron ánimo al decirnos que no estaremos permanentemente aquí en la tierra; todo lo que vivimos en la tierra es temporal».

Cada vez que Boko Haram libera a alguno de sus más de 2000 cautivos, Deborah se apresura a ver si sus dos hijas están entre ellos. Hasta ahora, no lo han estado. Deborah pide que oremos por su seguridad y su regreso.

A woman sits with a photo of her two children

Christina dijo que ella también ha podido experimentar alegría de nuevo, pero que no ha sido fácil. A lo largo de su proceso de sanidad se ha aferrado a los preciosos recuerdos de Rejoice. Está agradecida por los cinco años que Dios le dio con su hija y también por la vida que le espera.

«En lo más profundo de mí sentí que el Señor salvó mi vida con un propósito —dijo—, y una de las oraciones que hago ahora es que Dios me ayude a caminar más cerca de Él cada día de mi vida».

Aunque es posible que nunca entienda del todo por qué Dios guardó su vida, ha visto algunos cambios positivos en su familia desde la tragedia.

«Una de las cosas fuertes que he visto es que Dios guardó mi vida para educar a mis hijos de una manera cercana a Él —dijo—. Una de mis hijas se fortaleció en la fe y solo canta alabanzas a Dios. Cada noche, oramos antes de acostarnos. Incluso si me duermo, mi hija me despierta y me recuerda: “Mamá, no hemos orado”. Eso ha sido alentador».

Christina pide que oremos por los niños del norte de Nigeria.

Deborah y Christina pertenecen a una hermandad de dolor la cual, tristemente, continúa en el norte de Nigeria. A pesar de su sufrimiento, permanecen fieles a Jesucristo y se consuelan sabiendo que forman parte de una familia de creyentes en todo el mundo que están con ellas en momentos de dolor y alegría. También saben que este mundo, con todos sus problemas, no es su hogar eterno, y eso les da esperanza.

Cristianas en Nigeria lloran a sus familiares asesinados en los ataques de Boko Haram
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