Creyentes iraníes que adoran en secreto son encarcelados por causa de su fe
Irán
Como sabían que regresar a Irán representaba un gran riesgo, Soro y Ali siguieron fielmente el llamado del Espíritu para compartir el evangelio con aquellos que de otra manera nunca lo hubieran escuchado en uno de los países más restringidos del mundo.
Soro corrió las cortinas contra el sol en preparación para la reunión de la noche. Los creyentes llegaban unos pocos a la vez, y llamaban en silencio a la puerta antes de entrar en el lugar y quitarse los zapatos. Algunas de las mujeres se quitaron los velos de la cabeza antes de sentarse en alfombra azul de patrones intrincados, y a la hora indicada Soro cerró la puerta y colocó toallas enrolladas en el umbral para bloquear el sonido. La puerta permanecería cerrada durante la siguiente hora y media sin importar quién llamara.
En cuanto sonó el cerrojo, aquellos con Biblias las sacaron al descubierto. El grupo oró, leyó las Escrituras, escuchó la enseñanza, celebró la comunión y cantó canciones de adoración con voces apagadas. Mientras tanto, otros miembros del grupo montaban guardia cerca de las ventanas.
Al concluir la reunión, los miembros del grupo se fueron de la misma manera en que llegaron: por medio de escalonar su tiempo de salida para evitar llamar la atención. Después de que el último invitado se fue, Soro cerró la puerta y ella y su esposo, Ali, exhalaron con alivio. Otra reunión exitosa sin redada policial.
Un nuevo sentido de urgencia para los creyentes iraníes
Soro y Ali regresaron a Irán en 2002 después de haber vivido en el extranjero durante varios años. Habían pasado más de veinte años desde la Revolución Islámica, y sabían que el país tenía una necesidad desesperada de creyentes maduros para discipular a los cristianos en la cerrada nación. Pero también estaban muy conscientes de lo peligroso que era.
La pareja había meditado en el costo antes de regresar a Irán, en especial con el nacimiento de cada uno de sus hijos. «Es una cosa interesante confiarle a Dios tu familia —dijo Soro—. Para nosotros fue simplemente muy claro. La alegría y el privilegio de poder ir eclipsaron el hecho de que algo pudiera suceder».
Aunque Soro y Ali tenían sus reservas sobre lo que le podría costar a su familia, concluyeron que el llamado de Dios no era solo para ellos como individuos. «Si somos uno —dijo Soro—, también llamó a nuestros hijos, llamó a nuestra familia y el Señor sabía lo que estaba haciendo con nuestros hijos».
Soro les pidió a sus amigos que oraran para que su familia no fuera paralizada por el miedo. «La tensión siempre estaba presente —dijo—, y sabíamos que podía suceder cualquier cosa en cualquier momento».
Comenzaron su ministerio por medio de mudarse con la familia de Ali y testificar con suavidad a su hermana y sus primos, quienes llegaron todos a la fe en Cristo. Con el tiempo, muchos otros miembros de la familia también se convirtieron en creyentes. Sabían que era relativamente seguro compartir el evangelio dentro de su grupo familiar porque la cultura persa le otorga un alto valor al honor de la familia. Si un miembro de la familia se convierte en cristiano y otros miembros se oponen, los iraníes generalmente prefieren ocultar la conversión y guardar las apariencias en la sociedad en lugar de informar al gobierno.
En pocos años, su ministerio se expandió más allá de su parentela, y comenzaron a plantar nuevas iglesias caseras. Conscientes de los riesgos, tomaron precauciones con los archivos digitales y nunca mantuvieron listas de los cristianos en su grupo. A medida que los nuevos creyentes crecían en madurez, pedían con valentía ser bautizados, lo cual no era solo un signo decisivo de obediencia cristiana, sino también un rechazo abierto a su antigua fe islámica. Los bautismos secretos ocurrían temprano en la mañana, con solo uno o dos creyentes presentes como testigos.
Antes de bautizar a un nuevo creyente, Ali les hacía preguntas estándar sobre la fe, y siempre terminaba con una pregunta final: «¿Estás dispuesto a renunciar a tu vida por Jesucristo?». En Irán, esa pregunta reviste gran importancia.
Los primeros años de su ministerio se caracterizaron por la cautela y el crecimiento incremental, pero en 2009 su trabajo alcanzó un punto decisivo. Comenzaron a escuchar que los musulmanes estaban llegando a la fe a través de sueños y visiones de Jesucristo. «Sentí como si Jesús dijera: “No voy a esperar a que personas como ustedes hagan su trabajo” —dijo Soro—. Fue después de eso que simplemente crecimos en valentía».
Aunque el miedo todavía estaba allí, tenían un nuevo sentido de urgencia. Y otros creyentes iraníes sentían un movimiento similar del Espíritu. El país en su conjunto se estaba desesperando más por la verdad, y los cristianos se sentían constreñidos a compartir el mensaje de Jesús. Pronto, Ali comenzó a aventurarse en nuevos vecindarios y a viajar más lejos para conocer a nuevos conversos cristianos. Pero el aumento de la apertura también aumentó el peligro, y en las noches en que Ali estaba fuera para visitar a los creyentes, Soro oraba continuamente hasta su regreso seguro.
Fue en una de esas noches en 2009 que Soro recibió una visita desagradable de la policía.
EL ARRESTO
Soro estaba cocinando tortas de garbanzo para sus dos hijos, de 5 y 7 años, cuando la policía secreta irrumpió en su apartamento. «¡Señora, cúbrase!», ladró un oficial. Los agentes, vestidos por completo de negro con máscaras quirúrgicas que oscurecían sus rostros, caminaron deliberadamente a lo largo de su alfombra persa en violación de la costumbre iraní.
—Mami, mami, ¿quién es? —preguntaron los niños asustados—. ¿Qué quieren?
—Todo está bien —los tranquilizó—. Es la policía secreta. Sabíamos que iban a venir por nosotros en algún momento.
Los agentes reunieron a los familiares de Soro de los apartamentos contiguos y les ordenaron que se sentaran en el suelo en U mientras registraban el apartamento de Soro y Ali. Por la providencia de Dios, la pareja había trasladado su suministro de Biblias almacenadas a casa de otro creyente dos semanas antes, por lo que no había mucho que la policía pudiera encontrar.
La familia se sentó en el suelo durante más de dos horas mientras los agentes le preguntaban repetidamente a Soro dónde estaba su marido. Ella no iba a admitir que él estaba en una reunión de una iglesia casera, y oró para que no volviera a casa mientras la policía estuviera allí. Pero justo cuando los agentes llevaban a Soro a la furgoneta de la policía, Ali llegó y fue arrestado junto con su esposa. Los ataron y les vendaron los ojos antes de conducirlos a la unidad de interrogatorios de la ciudad.
Después de separar a Soro y Ali en la prisión, un guardia llevó a Soro, todavía con los ojos vendados, a su celda, salió de la celda y cerró la puerta de metal detrás de él. Soro se quedó en silencio hasta que estuvo segura de que estaba sola, entonces se quitó la venda de los ojos y dejó que el chador (una prenda negra semejante a un chal) que le habían dado en la prisión cayera de sus hombros.
Estaba de pie en una habitación de unos 8 pies o 2.44 metros de ancho por 20 pies o 6 metros de largo con una delgada alfombra en el suelo y tres mantas de lana dobladas en una esquina. La otra esquina de la habitación tenía piso de baldosas, un inodoro turco y una ducha. Eran las 11 p.m., y Soro no tenía idea de lo que podría sucederle a ella o a su familia. ¿Sería interrogada? ¿Cuánto tiempo estaría detenida? ¿Y quién cuidaba de sus hijos?
Se despertó a la mañana siguiente encorvada contra la pared encima de las mantas. Se había sentido demasiado vulnerable para estirarse, y pensaba que alguien podría entrar en cualquier momento. Una vez más, se preguntó qué pasaría ese día.
Caminó de un lado al otro de la celda. «Estaba tratando de orar —dijo Soro—, pero era difícil orar, porque creo que todavía estaba en estado de choque».
Le resultó más fácil conectarse con Dios cantando. Al principio cantó en voz baja, pero a medida que aumentaba su confianza comenzó a cantar más y más fuerte. «¿Saben qué? —pensó—. Si me están escuchando, voy a cantar sobre el Dios que conozco; que es amor, que es verdad, que es fiel y que es bueno».
Los interrogatorios comenzaron más tarde ese mismo día. Cada vez, a Soro le vendaban los ojos, la cubrían con su chador y la llevaban a la sala de interrogatorios. Fue acusada de colaborar con el gobierno estadounidense y se le ordenó que nunca hablara de Jesucristo con nadie. Incluso trataron de usar las Escrituras para persuadirla de hablar con ellos, y querían nombres de miembros de la iglesia.
«Después de un tiempo —dijo Soro—, el miedo simplemente desaparece y llega la valentía». Si bien sus interrogadores tenían la intención de aplastar a la iglesia en Irán, ella sabía por la historia de la iglesia que eso no podría suceder. «Claro que pueden infundir miedo y dispersar a la gente —dijo—, pero con el tiempo la gente se vuelve valiente, y luego ya no tiene miedo». A medida que pasaban los días, Soro pensaba constantemente en sus hijos. «Yo sabía que era un privilegio estar allí con el Señor, así que eso fue dulce —dijo—, pero también quería estar con ellos».
Caminar a través de la persecución como creyentes iraníes
Después de casi dos semanas en prisión, un guardia entró a la celda de Soro y le anunció que sería liberada. La llevó por un largo pasillo y a través de una gran puerta, y de repente estaba de pie sola en la acera bajo el brillante sol […] preguntándose por su marido.
Soro estaba encantada de volver a casa con su familia, pero todavía le costaba trabajo caminar a causa de su encarcelamiento. Se negó a dejar solos a sus hijos, y se durmió entre sus camas cada noche, y ninguno de ellos sabía cuándo o si Ali volvería a casa.
Había reconocido la presencia del mal en sus interrogadores, pero también llegó a comprender que toda la experiencia fue ordenada por Dios. «Nos estaba permitiendo a nosotros, Sus hijos, sufrir porque quería que lleváramos Su presencia a donde estaban ellos —dijo Soro—. Ama tanto a los jueces, a los interrogadores, a los guardias, que nos permitió pasar por un tiempo muy, muy difícil para llevar Su presencia a donde estaban ellos de modo que pudieran entrar en contacto con Él».
Finalmente, después de más de un mes de espera, Soro recibió la llamada que había estado esperando: Ali volvía a casa. Aunque Soro y Ali se encontraban en libertad bajo fianza, se enfrentaban a la posibilidad de volver a ser encarcelados al concluir su juicio; habían sido acusados de alterar la seguridad nacional (una acusación común contra cualquier persona que organice reuniones cristianas) y apostasía del islam.
Soro y Ali vivían con miedo constante, y padecían una vigilancia continua. Había vigilantes apostados fuera de su casa que incluso llegaron a seguir a Soro al ir a comprar comestibles.
Muchos cristianos iraníes optan por abandonar el país después de enfrentarse a encarcelamiento, vigilancia, presión social, oportunidades económicas limitadas y la amenaza de una sentencia más larga en prisión. Pero Soro y Ali sintieron que el Señor les estaba diciendo que se quedaran. «Sabíamos que teníamos que ayudar a la iglesia a aprender a caminar a través de la persecución —dijo Soro—. Si simplemente huíamos, cualquiera después podría seguir nuestro ejemplo».
El temor disminuyó gradualmente después de unos cuatro meses, y Ali de nuevo comenzó a reunir a la gente para la enseñanza y la adoración. Aunque todavía estaban siendo fuertemente vigilados, la gente venía a la fe. Soro dijo que fue por la gracia de Dios que no fueron descubiertos. A pesar del estrés, se alegró de ver a varios creyentes jóvenes iraníes fortalecerse en la fe e incluso hablar de su fe con otros.
Durante los siguientes dos años, Soro y Ali continuaron invirtiendo en cada nuevo creyente, enseñándoles la Palabra de Dios y preparándolos para mantenerse firmes bajo la persecución. Mientras tanto, cada dos meses se les exigía que asistieran a unas audiencias judiciales, una en el Tribunal Revolucionario Islámico (por alterar la seguridad nacional) y otra en un tribunal inferior (por apostasía del islam).
TESTIMONIO DELANTE DEL JUEZ
Los juicios continuaron, lo cual agotó a toda la familia. Para cada audiencia, la pareja tenía que dejar a sus hijos, todavía sensibles a la ausencia de sus padres debido al encarcelamiento, con sus familiares y viajar al tribunal donde Soro tenía que usar una cubierta negra de cuerpo entero. Entonces pasaban por la seguridad del tribunal solo para esperar durante horas en un tribunal lleno de gente a un juez que les permitía hablar durante menos de dos minutos a la vez.
Soro estaba decepcionada de que nunca hubiera podido testificar sobre Jesucristo durante una audiencia en la corte por lo que le pidió al Señor esa oportunidad. Un día, llegó sola a tribunal, y las salas, normalmente abarrotadas, estaban vacías. Comenzó a temblar cuando sintió que el Espíritu Santo le dijo: «¡Este es el día!». Y para su gran alegría, el juez accedió a dejarla hablar.
Soro comenzó con la explicación de la creación y la caída del hombre, luego avanzó a través de las historias del Antiguo Testamento para mostrar cómo Dios usó cada evento para señalar hacia algo aún por venir. Habló durante 45 minutos, y terminó con la descripción de Jesús como el Cordero de Dios que sería sacrificado. «Esa fue la provisión de Dios por nuestro pecado —le dijo al juez—. Jesús murió en la cruz y resucitó [de entre los muertos]».
Había gente entrando y saliendo del tribunal mientras Soro hablaba. Cuando llegó la secretaria del juez, le dijo que se sentara y escuchara. Entonces un guardia con un prisionero entró en la sala y se quedó. Otros llegaron con trámites para el juez, pero él simplemente firmó los papeles y le pidió a Soro que continuara su discurso.
Cuando terminó, el juez dijo:
—Sabes, los musulmanes no podemos ser perfectos todo el tiempo.
—Lo sé —respondió Soro—, yo tampoco. Por eso necesitamos un Salvador, un sacrificio por nuestros pecados. Soro terminó la conversación con una oración por el juez y salió de la sala con un espíritu más ligero, a pesar de que no podía saber cómo se resolvería su caso. «Me sentí muy bien de haber orado en el nombre de Jesús por este hombre», dijo.
Hacer crecer a la iglesia en Irán
Después de trabajar con creyentes iraníes durante varios meses más, Soro y Ali decidieron que era hora de abandonar el país y continuar su trabajo con cristianos iraníes en otros lugares. Hoy viven en un país cercano, donde entrenan a líderes para plantar nuevas iglesias en todo Irán. Soro dijo que los creyentes iraníes se han vuelto muy audaces, se reúnen sin miedo y les hablan de Cristo a sus vecinos musulmanes. «Los ayudamos a captar una visión sobre la reproducción —dijo Soro—, y lo que significa escuchar a Dios y estar alertas para identificar a la gente que Él ha preparado».
Si bien Soro dijo que no echa de menos vivir bajo la presión que enfrentaban dentro de Irán, sí echa de menos la completa dependencia del Espíritu Santo y la sensibilidad a su dirección que eso requería. En países más seguros, como los Estados Unidos y el país donde Soro y Ali ahora viven, los creyentes no necesitan tener cuidado cuando hablan del evangelio porque hay poco riesgo. «Respondemos más a los pitidos de nuestro teléfono, me parece, que al Espíritu Santo», dijo Soro.
Dijo que es importante, durante nuestros apretados horarios, considerar cada día lo que Dios quiere que hagamos y con quién quiere que hablemos. «¿Están nuestros oídos sintonizados con la dirección del Espíritu Santo? —preguntó—. En realidad, tenemos que estar cerca de Él. En verdad tenemos que escuchar y no podemos seguir con todos nuestros planes».
Los hijos de Soro y Ali, ahora adolescentes, no han expresado mucho sobre la experiencia del encarcelamiento de sus padres, pero Soro sabe que Dios está trabajando en ellos. «Estoy esperando el momento —dijo Soro—, cuando comiencen a ver la riqueza que salió de eso y hagan esas conexiones de: “Qué asombroso, Dios me dejó pasar por eso y Él tenía un propósito para mí, no solo para mis padres”».
La oración de Soro por su familia es que Dios les dé paz y unidad mientras le sirven en situaciones que no siempre son estables. Su oración por la iglesia en Irán es que Dios derrame Su gracia sobre ellos en medio de presiones económicas y sociales para que puedan continuar prosperando y alcanzar con el evangelio a todos los segmentos de la sociedad de una manera creativa.
El llamado que Soro y Ali recibieron de Dios hace más de quince años fue difícil para su familia. Pero siguieron la guía del Espíritu hacia lo que parecía ser un valle oscuro, solo para encontrar en cambio la belleza de muchos iraníes que han llegado a conocer a Cristo y de una iglesia iraní que ha sido llena de valentía por Su Espíritu.