Iglesias indonesias atacadas por terroristas suicidas del Estado Islámico
Indonesia
EL DÍA DE LOS BOMBARDEOS
Más de un año después de que los terroristas suicidas mataran a quince personas en tres iglesias indonesias, los sobrevivientes continúan sanando de sus heridas y se preguntan por qué fueron atacados, incluso mientras se aferran a su fe en Jesucristo.
Antes del amanecer del 13 de mayo de 2018, Wenny Hudojo se apresuró a vestirse y a vestir a sus dos hijos y a su sobrina para la segunda misa de la Iglesia Católica Santa María Inmaculada de Surabaya, Java Oriental, Indonesia.
Ella y los niños se abrieron paso por las concurridas calles de la segunda ciudad más grande de Indonesia para asistir a misa, como lo hacían todos los domingos. «Era una mañana típica —recordó Wenny—. Íbamos a la iglesia cada domingo, pero mi esposo no pudo ir con nosotros esa vez porque estaba enfermo».
Mientras pasaban caminando por la puerta de la iglesia, sus hijos, Nathan, de 8 años, y Evan, de 11, hablaban emocionados con su prima de 11 años, Evelyn, sobre los juegos que jugarían después de la iglesia. Después de pasar al guardia de seguridad de la iglesia a su izquierda, Wenny escuchó una motocicleta pasar junto a ellos a la derecha. Se volvió para ver que dos jóvenes se dirigían directamente al edificio de la iglesia en la motocicleta… y se preparó para lo peor.
6:30 a.m.
Los dos jóvenes, de 16 y 18 años, detonaron sus explosivos a unos tres metros y medio o doce pies de distancia de Wenny y los niños, matando inmediatamente a una mujer, a un niño y a un guardia de seguridad. «No escuché el sonido de la explosión —dijo Wenny—. Fue como si mis oídos no estuvieran allí, y luego lentamente pude escuchar un sonido muy bajo. Vi esta luz brillante y hubo una fuerza que me empujó hacia el suelo. En mi corazón, oré: “Dios, ayúdame a encontrar a mis hijos”».
Wenny levantó sus manos ensangrentadas para asegurarse de que todavía estuvieran allí. Luego, en medio de los gritos, el humo y el caos, comenzó a buscar a su hijo menor, Nathan. Podía oír sus gritos de agonía, pero no podía verlo. «Pensé: “Si puede llorar, eso significa que estará bien” —recordó—. En ese momento, no escuché ningún otro sonido. Solo sentía el llanto de mi hijo».
Corriendo hacia sus gritos, Wenny encontró a Nathan tendido en el suelo cerca de Evelyn, quien también permanecía consciente. Gritó el nombre de Evan, pero no recibió respuesta, y luego vio su cuerpo sin vida a unos metros de distancia. Sin darse cuenta de sus propias lesiones, trató de levantar a sus hijos, pero su tobillo derecho no soportó su peso. Entonces notó sangre goteando de la boca de Evan mientras luchaba por levantar su cuerpo flácido. «En ese momento, sentí que me había dejado», dijo solemnemente.
Wenny suplicó ayuda a la multitud en pánico que huía del lugar de la explosión, y un hombre acudió en su ayuda, junto con un guardia de seguridad al que había llamado para que lo ayudara. Después de que los dos hombres llevaron a los niños al auto del hombre, los llevó al hospital. Wenny, incapaz de caminar, se desplomó frente a la puerta de la iglesia antes de que otro miembro de la iglesia la llevara al hospital en un auto.
Tres millas al oeste de la Iglesia Católica Santa María Inmaculada, una mujer y sus dos hijas, de 9 y 12 años, salieron de una minivan negra con vidrios polarizados frente a una iglesia protestante. Las tres llevaban niqabs color beige, los velos que usan algunas mujeres musulmanas y que revelan solo sus ojos.
7:15 a.m.
Al ver a la mujer y a las dos niñas con velos beige caminando con calma hacia la Iglesia Cristiana de Indonesia, un guardia de seguridad sintió que algo no estaba bien. Cuando les gritó y corrió para evitar que entraran al edificio, la mujer, que cargaba una bolsa visible, aceleró su paso hacia la iglesia. Entonces, detonó las bombas, matándose a sí misma y a sus dos hijas.
Las bombas no fueron lo suficientemente poderosas como para matar a nadie cerca de ellas, e incluso el guardia de seguridad, que estaba a solo unos centímetros de la explosión, sobrevivió al impacto.
Poco después de que la mujer y las dos niñas se mataran frente a la Iglesia Cristiana de Indonesia, la minivan negra que las había dejado se acercó a otra iglesia, ubicada a dos millas al noroeste.
7:53 a.m.
Fenny Suryawati estaba parada al pie de una escalera cerca de la entrada principal de la Iglesia Pentecostal Central de Surabaya cuando la minivan negra embistió la puerta de la iglesia, golpeando a dos ayudantes de estacionamiento. Cinco bombas dentro del vehículo estallaron en una bola de fuego, encendiendo los tanques de gasolina de cinco automóviles y treinta motocicletas estacionadas cerca.
La explosión inicial mató a dos personas, y las llamas que siguieron rápidamente envolvieron el frente del edificio de la iglesia… junto con Fenny, quien iba a recoger a su hija de 8 años, Clarissa, de la escuela dominical. Ella calcula que estaba a unos tres metros o diez pies de distancia de la minivan cuando explotó.
«Sentí calor en todo mi cuerpo —dijo Fenny vacilante mientras relataba el horror de la explosión—. Le estaba pidiendo ayuda a la gente». Las llamas quemaron el 85 % del cuerpo de Fenny, incluida casi toda su cara. Dijo que nunca olvidará la sensación del agua fluyendo por su piel humeante mientras otros miembros de la iglesia intentaban apagar las llamas que quemaban su carne. «Ayudó —dijo con una sonrisa agradecida—. Sentí el frío y también me cayó un poco de agua en la boca».
Las bombas que golpearon la Iglesia Pentecostal Central de Surabaya mataron a diez personas (algunas de las cuales sucumbieron a sus heridas más tarde) e hirieron a varias más. Según la Policía Nacional de Indonesia, eran del tipo conocido como «Madre de Satanás», los explosivos preferidos por el autoproclamado Estado Islámico.
Si bien el tercer atentado con bombas fue el más poderoso y destructivo de los llevados a cabo esa mañana, la carnicería podría haber sido mucho peor. Una unidad de eliminación de bombas descubrió y desactivó más tarde dos explosivos adicionales cerca de la iglesia.
Mientras las llamas consumían la entrada de la iglesia, el pastor Yonathan Biantoro Wahono guio a 1300 fieles dentro del edificio hacia la puerta trasera. «Escuché una gran explosión, pero pensé que el fuego era de origen eléctrico —dijo—. Vi el fuego entrar, pero no podía ver nada debido al humo negro». Después de que la policía le dijo al pastor Yonathan que la iglesia había sido atacada y que había personas heridas, ayudó a organizar el transporte a los hospitales cercanos para los que aún esperaban una ambulancia.
Fenny fue trasladada a un área de evacuación, donde se encontró con su hija, Clarissa, su esposo, Erry, y su suegra. En el momento de la explosión, Erry estaba dentro de la iglesia y Clarissa estaba parada cerca de la parte superior de las escaleras, en el segundo piso. Sufrió quemaduras en la frente, el vientre y las manos, y su boca sangraba por una herida de metralla.
«No estaba cerca del fuego, pero al caminar me dolía mucho —dijo Clarissa—. Sentía el calor en mi piel. No tenía agua, así que solo estaba corriendo y mi abuela me echó agua en la cara. Estaba muy asustada y preocupada por mi madre». Fenny rompió a llorar cuando vio las heridas de Clarissa.
Un miembro de la iglesia ayudó a Fenny y a Clarissa a subir a la parte trasera de su automóvil y aceleró hacia el hospital, sin saber si Fenny sobreviviría.
LUCHANDO POR VIVIR
Inmediatamente después del atentado contra la Iglesia Católica Santa María Inmaculada, el único dolor que Wenny había notado estaba cerca de su tobillo derecho, donde la metralla le había cortado un tendón. Pero el personal del hospital más tarde descubrió que tenía varias lesiones adicionales, incluidas costillas rotas y cortes profundos en la cara.
«Traté de soportar el dolor cuando estaba en la iglesia porque mis hijos eran la prioridad», dijo. El dolor emocional y la angustia que sentía por ellos era mucho peor que su propio dolor físico; todo lo que quería era abrazar a sus hijos. Aunque Evan ya estaba muerto, ella anhelaba ver su cuerpo. Una vez dentro del hospital, Wenny vio a Nathan acostado a dos camas de distancia con las piernas levantadas, pero el personal del hospital pronto cerró la cortina a su alrededor.
Mientras esperaba en la sala de operaciones que le realizaran una cirugía de emergencia para extraer la metralla de su tobillo, Wenny escuchó a una enfermera decir que el niño de la habitación de al lado necesitaba que se le amputara la pierna para salvar su vida. La metralla había roto la arteria femoral en la pierna de Nathan, causando un sangrado abundante. «A medida que la anestesia comenzó a fluir en mi sangre, me dieron tiempo para orar —dijo Wenny entre lágrimas—. Oré para que Dios diera lo mejor para mi hijo porque yo no podía hacer nada».
Wenny volvió en sí varias horas después, después de una cirugía exitosa, y les dijo a sus familiares que se quedaran con Nathan. Ella podía descansar sola, les dijo, pero él no debía quedarse solo.
Al día siguiente, los médicos le dijeron a Wenny que Nathan había muerto. Su cuerpo se había apagado después de una gran pérdida de sangre. «A Nathan le gustaba correr —dijo Wenny—. Tal vez cuando se dio cuenta de que perdería la pierna, perdió la esperanza. Nathan siempre le decía a Evan que iría a donde fuera que fuera su hermano».
Durante el viaje de 20 minutos de Fenny al hospital, sus sentidos y emociones se pusieron al día con su condición física.
«Ya no sentía calor, pero olía a carne quemada —recordó—. Por el momento, solo pensaba en mi hija y en lo que le había sucedido… ¿por qué su cuerpo había sido [herido] de esa manera?».
En el hospital, los médicos colocaron a Fenny en una bañera con agua tibia para detener el ardor y le cosieron las heridas abiertas sobre los ojos y en el labio superior. Luego la llevaron a cirugía para extraer la metralla incrustada en varias partes de su cuerpo. «Una pieza de acero perforó mi costado izquierdo —dijo, señalando el lugar—. Gracias a Dios no me tocó los pulmones».
Los médicos pasaron horas atendiendo sus quemaduras. «En ese momento empecé a sentir el calor de nuevo —dijo—. El dolor también regresó».
Con el tiempo, la piel de Fenny se endureció. Cada cuatro días, le administraban anestesia para que un médico pudiera retirar lentamente la piel muerta. Se sometió a ese procedimiento veintiún veces; los médicos no le podían realizar injertos de piel porque no le quedaba suficiente piel sana. Durante los tres meses de Fenny en el hospital, el pastor Yonathan y los miembros de su iglesia la visitaban regularmente en la unidad de cuidados intensivos para animarla y orar por ella.
Fenny se sintió destrozada cuando se enteró de que no podría volver a trabajar como administradora de una empresa de construcción. «Había estado trabajando allí desde 2008 —dijo—. Después de la bomba, también tuve depresión porque pensé que con mi condición no podría hacer nada».
Después de su alta del hospital, Fenny estuvo recibiendo fisioterapia dos veces por semana durante varios meses para recuperar la fuerza de sus manos. Su sanidad ha progresado lenta y dolorosamente. «La persecución es incómoda, pero ¿qué puedo hacer? —dijo—. Ahora debo seguir adelante con lo que sucedió».
FORTALECIÉNDOSE
Hoy, la movilidad de Fenny sigue limitada por la suavidad y sensibilidad de su agrietada piel violácea. El empeine de sus pies quedó marcado con el patrón de las sandalias que llevaba la mañana del atentado, un recordatorio constante de ese terrible día y todo lo que le costó.
Fenny dijo que ha aprendido a amar la cara con cicatrices que la mira desde el espejo, pero le ha tomado tiempo. Reconoce que fue difícil superar el impacto inicial y la vergüenza de su desfiguración. Todavía está trabajando para superar el miedo y la ansiedad que enfrenta cada vez que sale de casa, pero dijo que ha elegido perdonar a los responsables de su condición actual. «No soy una mujer que se aferre al enojo —dijo en voz baja, pero con confianza—. Soy una mujer a la que le gusta rendirle todo a Dios y dejar que Él lo arregle todo por mí».
Fenny ha tenido que soltar más que los eventos del 13 de mayo de 2018. Ha tenido que renunciar al control en todos los aspectos de su vida. Depende de otros, principalmente de su esposo, Erry, para que la ayuden a salir adelante cada día. Necesita ayuda para bañarse y vestirse todos los días, y se ha resignado a usar vestidos holgados que no se adhieran a su frágil piel.
Fenny dice que la parte más difícil de su nueva vida es la necesidad de evitar el contacto físico. Los abrazos de Clarissa ahora son demasiado qué soportar. «Es… tan… triste», dijo, enfatizando cada palabra con un movimiento de cabeza mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
Clarissa, quien ahora está en la escuela secundaria, está casi libre de dolor. Quiere ser médica cuando crezca para poder ayudar a los que sufren, como su madre por la que ora a diario.
Wenny todavía toma analgésicos todos los días. También recibe fisioterapia tres veces a la semana para restaurar la fuerza y la movilidad de su pierna derecha, mano derecha, brazo derecho y hombros. «A veces mis dedos se mueven incontrolablemente», dijo, levantando su mano derecha.
A través de la oración, está trabajando para superar el peor dolor de todos: haber perdido a sus dos hijos. «Cuando todavía estaban vivos y yo tenía problemas, mi corazón se consolaba al oírlos jugar y el sonido de su voz —dijo—. Pero ahora eso se ha ido».
Wenny dijo que su esposo está luchando para superar la culpa que siente por no haber estado allí cuando sus hijos murieron, a pesar de que podría haberle costado la vida. «Es diferente para mí porque solo lloro cuando los extraño —dijo Wenny—, pero mi esposo siempre está llorando».
Una semana después de la muerte de Nathan, Wenny habló con sus pastores sobre cómo perdonar verdaderamente a aquellos que se habían llevado a sus hijos. Ella ha encontrado sanidad en compartir su historia y dijo que hablar de ella le ayuda a darle sentido. «Algunas iglesias y grupos me invitan a compartir mi testimonio con ellos —dijo sonriendo—, y estoy feliz de hacer eso para ser una bendición».
Wenny recuerda que Evan era un niño tranquilo que mostraba su amor por los demás a través de sus acciones. Nathan, quien era más extrovertido, era un niño alegre que siempre estaba dispuesto a defender a sus muchos amigos. A los niños les encantaba jugar con sus pistolas de dardos de espuma y con su prima, Evelyn.
Evelyn, quien ahora es una adolescente, ha vivido con Wenny y Erry desde los 6 años. Sufrió una fractura en la muñeca derecha en el atentado, además de la cortadura de los nervios en tres dedos de su mano derecha. Como resultado de sus lesiones, ha tenido que aprender a escribir con la mano izquierda. También se ha sometido a tres cirugías para eliminar metralla de sus piernas y pies.
«Ambos pies todavía tienen metralla, al igual que su muslo —dijo Wenny mientras Evelyn estaba sentada en silencio cerca—. El médico se lo está pensando dos veces antes de quitarle la metralla del muslo porque podría dejarla paralizada».
Evelyn se vuelve más parlanchina y segura cuando comparte sus recuerdos jugando con sus primos. Pero cuando lo hace, tiene que esforzarse por no llorar. «Los extraño», dijo secándose las lágrimas.
PERMANECIENDO FIELES
Días después del ataque, los líderes de grupos pequeños de la Iglesia Pentecostal Central de Surabaya contactaron a los miembros de su grupo y les dijeron que corrieran la voz: «La iglesia se reunirá el domingo». «Quería animar a la congregación a no irse por lo sucedido —dijo el pastor Yonathan—. También queríamos mostrar que amamos a Dios, y cuando amamos a Dios, menos tememos que la persecución suceda en nuestra vida. Debemos seguir amando a Dios».
La policía local y los miembros del ejército de Indonesia vigilaron las iglesias en todo Surabaya el domingo posterior a los ataques para que los cristianos pudieran asistir al culto sin miedo. En la Iglesia Pentecostal Central de Surabaya, la policía también bloqueó los caminos que rodean la iglesia para mayor protección. El personal y los voluntarios instalaron grandes tiendas de campaña en los estacionamientos de la iglesia, y más de 1000 personas asistieron a los dos servicios de la iglesia a las 6 a. m. y a las 3 p. m.
Aunque la asistencia ese primer domingo después del ataque fue una fracción de los 5000 que normalmente asisten a los cuatro servicios dominicales de la iglesia, la comunidad recibió inspiración por el coraje y la fidelidad de los creyentes. El pastor Yonathan dijo que muchos de los vecinos musulmanes de la iglesia estuvieron de pie fuera de sus hogares para presenciar cómo los cristianos adoraban al Dios de la Biblia.
«Nuestros vecinos musulmanes dijeron: “Cuando los cristianos tienen un problema como este, no tienen miedo; todavía son fieles a Dios” —dijo el pastor Yonathan—. Uno de los hombres que se encarga de nuestro estacionamiento dijo: “Me sorprende la iglesia. Después de que son atacados, la iglesia se vuelve más fuerte”».
«¡Dios sigue siendo bueno! —dijo el pastor Yonathan con una sonrisa—. Tal vez no lo entendamos, pero estoy seguro de que Dios sigue siendo bueno, y eso es importante. Su voluntad es perfecta para nosotros. No te enojes con Dios; Dios sigue siendo bueno».
El primer mensaje del pastor después del atentado se centró en Romanos 8:28: «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados». También destacó la importancia de la unidad, la fidelidad y el perdón frente a la persecución.
«Debemos orar unos por otros —dijo—. Debemos permanecer unidos y debemos alentar a los demás. El punto principal es que perdonemos a las personas que hicieron lo que sucedió. Oramos por otros como ellos, para que Dios les dé la gracia de arrepentirse».
El pastor Yonathan solicitó oración por la sanidad de su iglesia, especialmente por aquellos que experimentaron algún daño físico o psicológico. También nos pidió que oremos para que su congregación continúe siendo utilizada para la gloria de Dios.
Ya se repararon las partes del edificio de la iglesia que fueron dañadas por la explosión y se ha instalado una puerta de seguridad más grande y resistente, así como una nueva barrera protectora en la entrada del edificio. La iglesia continúa reuniéndose para adorar y amar a los musulmanes de su vecindario, y el pastor Yonathan dijo que no teme otro ataque.
«La Gran Comisión es nuestra tarea —dijo—. Debemos compartir el evangelio con otras personas para que ellos también puedan ser salvos».
PREGUNTANDO: «¿POR QUÉ?»
Según la Policía Nacional de Indonesia, los atentados suicidas con bombas del 13 de mayo de 2018 marcaron los primeros ataques terroristas en la historia de Indonesia llevados a cabo por una familia entera, incluidos niños. Eran miembros de Jamaah Ansharut Daulah (JAD), una rama local del Estado Islámico que en 2016 había atacado con bombas una iglesia en Samarinda, Indonesia.
Las autoridades dijeron que los padres de esta familia, que habían regresado recientemente de Siria, se encontraban entre los cientos de otros indonesios que viajaron a Iraq o a Siria en 2017 para unirse al Estado Islámico. La Agencia Nacional de Combate contra el Terrorismo de Indonesia había añadido sus nombres a una lista federal de vigilancia de terrorismo, pero los preparativos de la familia para los ataques pasaron desapercibidos.
Las muertes en las tres iglesias no fueron las únicas causadas por el JAD ese día. A las 9 de la noche, tres de seis miembros de una familia musulmana murieron cuando una bomba detonó prematuramente en su apartamento. Según los informes, habían planeado atacar iglesias adicionales. Y a la mañana siguiente, otra bomba explotó en la sede de la policía de Surabaya, hiriendo a cuatro agentes de policía y matando a cuatro de cinco miembros de una familia musulmana. El miembro sobreviviente de la familia era una niña de 8 años.
En total, 28 personas (incluidos 13 terroristas suicidas) murieron y 57 más resultaron heridas en los sofisticados ataques, lo que los convierte en los más mortales de Indonesia desde los atentados de 2002 en Bali. Las autoridades dijeron que el Estado Islámico ordenó los ataques de 2018 como venganza por el encarcelamiento del líder de JAD, quien fue procesado por su papel en los ataques llevados a cabo en Yakarta dos años antes.
Si bien las autoridades han descubierto los motivos aparentes de los ataques, las víctimas del bombardeo continúan preguntándose: «¿Por qué nosotros?». El pastor Yonathan lucha por entender por qué su iglesia fue atacada cuando han trabajado intencionalmente para mostrar su amor por la comunidad musulmana vecina. Los miembros de la iglesia dan comida a los musulmanes empobrecidos después del Ramadán, y la iglesia también opera una clínica médica donde los pacientes, incluidos musulmanes, reciben atención por una pequeña tarifa o incluso sin cargo.
«No estoy enojado —dijo el pastor Yonathan—, pero en mi corazón tengo una pregunta: “¿Qué mal les hicimos?”. Les hacemos cosas buenas, entonces, ¿por qué nos atacaron?». En un nivel más profundo, el pastor sabe que la persecución es parte de seguir a Cristo. Y, desde esa perspectiva, sabe que deben estar haciendo algo bien. «Espiritualmente, este puede ser nuestro próximo paso —dijo—. Le dije a la iglesia: “Ahora Dios puede usar tu vida de una manera nueva”».
La Voz de los Mártires continúa ayudando a pagar los gastos médicos de Wenny y Fenny, así como de otras personas afectadas por los atentados con bombas.
Después de perder a sus dos hijos, Wenny dijo que ha tenido problemas para recuperar su sentido de propósito y que todavía tiene mucho dolor emocional. «Cuando veo las fotografías de mis hijos, siempre pregunto en mi corazón: “¿Por qué les pasó esto a mis hijos?” —dijo—. El tiempo ha pasado demasiado rápido para mí. Es como si un día los di a luz y al día siguiente los perdí».
«Por qué sigue siendo una gran pregunta para mí —continuó—. Aunque algunas personas me dijeron que es parte del plan de Dios para mi vida, todavía estoy buscando la respuesta al “por qué”. Al aceptar invitaciones de las iglesias para compartir mi historia, espero poder obtener la respuesta a esto».
Durante su propio proceso de sanidad, Fenny dijo que ha pasado de preguntar: «¿Por qué yo?», a preguntar: «¿Por qué sigo viva?». Un médico le dijo que nunca había tratado a alguien que sobreviviera a quemaduras tan graves como las suyas.
Hoy, Fenny está encontrando el coraje para salir en público más a menudo. Cuando siente que las personas miran sus cicatrices, en voz baja le hace a Dios una nueva pregunta: «¿Cómo puedo ser utilizada en esta situación?». Cuando la gente pregunta por sus quemaduras, ella les habla con entusiasmo sobre Cristo. Ella quiere que Él use su historia y su dolor para el avance de Su reino.
«La primera pregunta que tenía en mi corazón ha desaparecido porque algunas personas se me han acercado y me han dicho que seré una bendición —dijo Fenny, sonriendo con confianza—. Es el plan de Dios para mí».