“Tras haber enfrentado falsas acusaciones, encarcelamiento y un atentado contra su vida, un pastor en Bangladés permanece enfocado en compartir el Evangelio”.

La pasión de Omar por proclamar la verdad de Cristo surgió de forma natural, y casi inmediatamente después de su primer acercamiento al Evangelio.

Un día, mientras estaba sentado en un parque, un hombre se acercó a él y le entregó un folleto del Evangelio. Omar, entonces de 21 años, abrió el folleto y lo leyó durante 20 minutos mientras el hombre estaba a su lado. —¿Tienes alguna pregunta? — preguntó el hombre. —¿Dónde estoy yo en esto? —Omar se preguntó en voz alta.

Acababa de leer por primera vez que Jesucristo había muerto por él. Sin conocer de Jesús, Omar cuestionó todo en ese momento. Decidido a conocer más, pronto compró una Biblia y comenzó a analizar sus páginas para encontrar las partes acerca de Jesús. Un pasaje clave que llamó su atención fue Juan 14:6, en el que Jesús dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”.

“Después de eso, decidí pasar del islam a Cristo”, dijo Omar.

Omar, que ahora tiene 42 años, dijo que los siguientes cinco años después de su salvación fueron como vivir en “un desierto”. No conocía a otros cristianos ni iglesias locales. Sintiendo la necesidad por la adoración y el estudio, comenzó a cantar y a orar a través de los Salmos y a estudiar las Escrituras.

Cuando leyó Mateo 28:19: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, de repente vio que la proclamación del Evangelio era la forma más elevada de adoración. Pero pronto otros le verían como una amenaza.

Omar primero compartió el Evangelio con su madre. Sin embargo, a pesar de ser comprensiva, ella se enojó con su hijo. “Mi mamá solo lo conocía [a Jesús] como un profeta —dijo Omar—. Ella no creía que Él pudiera hacer otras cosas”. Su padre y sus hermanos reaccionaron con mayor crueldad. Lo expulsaron de la casa y lo desheredaron. “Me sentí muy herido —dijo Oma —. Son mi familia, las personas más amorosas, y les digo la verdad, pero no la aceptan… Fue muy difícil”.

Omar se mudó con un amigo, y para sostenerse económicamente limpiaba autobuses y ayudaba a los pasajeros. En las bulliciosas ciudades de Bangladés, innumerables autobuses trasladan sin parar a una infinidad de personas por la ciudad, lo que le dio a Omar la idea de usar su trabajo como una forma de compartir el Evangelio.

Omar dijo que, aunque la mayoría de la gente lo escuchaba, pocos ponían su fe en Cristo, y muchos, dijo, respondían con asombro, lo que alimentó su deseo de hablarle a más personas sobre lo que Jesús había hecho por ellos.

“Fue como si fuera adicto a hablarle a la gente acerca de Jesús —dijo—. Era mi trabajo, mi responsabilidad. Me sentía bien cuando podía compartir”.

Después del trabajo, Omar solía hablar con sus compañeros acerca de su fe, pero generalmente le pedían que parara y lo insultaban. “No me importaba —dijo—, yo seguía intentándolo todos los días”. A pesar del rechazo que recibió día tras día, nunca consideró detener su trabajo. “Mi trabajo es seguir hablándole a la gente —dijo Omar—. No sé quién lo va a aceptar. Solo Dios lo sabe”. 

Un día en 2014, un extraño se acercó a Omar y le pidió escuchar lo que había estado compartiendo con otros. El hombre, miembro de un grupo islámico fundamentalista, le pidió a Omar que lo acompañara a él y a otros miembros del grupo para una discusión.

Después de aceptar la reunión, Omar se presentó con una Biblia y un Corán, y luego procedió a mostrar a los hombres cómo los dos libros difieren en sus descripciones acerca de Jesucristo. También les dijo claramente que había puesto su fe en el Jesús de la Biblia.

Indignado por la valentía de Omar, uno de los islamistas de repente le arrebató el Corán y —para gran sorpresa de Omar— lo partió en dos. Luego reprendió y amenazó a Omar, exigiéndole que se fuera.

Al día siguiente, mientras Omar estaba en la casa de su amigo, las extrañas acciones del islamista comenzaron a tener sentido. Cinco policías llegaron para arrestar a Omar por romper el Corán. Aunque la constitución de Bangladés garantiza la libertad religiosa, también declara que el islam es la religión oficial del Estado. Además, las leyes del país desalientan la blasfemia y prohíben cualquier acción que “hiera el sentimiento religioso”.

La policía interrogó a Omar sobre el Corán roto, pero se negaron a creer su explicación de lo sucedido. Luego, lo llevaron a una habitación oscura, donde dos oficiales se turnaron para golpearlo con garrotes.

Hacían preguntas como “¿Por qué estás difundiendo el cristianismo?” y “¿Cuánto dinero te están pagando?”. Omar respondió con simple honestidad que no le habían pagado nada por seguir a Cristo. “Soy un pecador —les dijo—. Necesito un Salvador en mi vida”.

Los oficiales vendaron los ojos de Omar y lo ataron en posiciones muy dolorosas. Llegaron a atarle las muñecas y los tobillos detrás de la espalda y lo colgaron de cabeza. Lo golpearon en todo el cuerpo, incluso en las plantas de los pies. “Lo más aterrador fue cuando me hicieron girar, fue horrible”, recordó entre lágrimas.

No comió nada durante los días en que fue golpeado. “La parte más difícil —dijo—, fue después de las torturas. Yo tenía sed y pedía agua, [pero] no me la daban”. Dijo que a menudo le daban agua solo para que pudiera tomar analgésicos, lo que les permitía prolongar las golpizas.

Omar a menudo perdía el conocimiento durante las palizas, pero cuando estaba consciente, oraba. Dijo que durante uno de esos momentos de oración tuvo una visión de Cristo. “Cuando me golpeaban y torturaban, sentía más paz en Dios —dijo—. Sentía algo del dolor que Jesús sintió cuando murió por nosotros. Ser golpeado era como una bendición para mí. Estaba muy feliz por eso”.

Después de cuatro días de tortura, Omar fue llevado a un hospital, y su caso procedió a través del sistema legal. En el hospital, los médicos le dieron varios medicamentos, incluyendo uno que le causó la pérdida permanente del cabello. Y las golpizas, se enteró, le habían fracturado discos en su columna vertebral, afectando su capacidad para caminar.

Luego, el 19 de septiembre de 2014, fue enviado a prisión. Omar era uno de los casi 150 prisioneros amontonados en una celda construida para albergar a 60. La celda estaba tan atestada que todos tenían que acostarse de lado para dormir por la noche. Entre asesinos y otros criminales peligrosos, Omar era el único cristiano.

Los prisioneros musulmanes, que lo odiaban por lo que supuestamente le había hecho al Corán, lo golpeaban constantemente y le robaban su comida. Y los hindúes tampoco lo querían. “La parte más difícil —dijo—, fue mirar por la ventana y preguntarle a Dios ‘¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no estoy afuera? ¿Cuál es mi crimen?’”. Sin embargo, después de hacerse amigo de otros dos prisioneros y compartirles el Evangelio, Omar comenzó a tener una sensación de paz. “Entonces pensé: ‘Tal vez por eso Dios me envió aquí’”, dijo.

Omar pidió prestada una copia del Nuevo Testamento de la biblioteca de la prisión y con frecuencia la leía con sus amigos. El relato del encarcelamiento de Pedro en el libro de Hechos le daba esperanza. “Sentía paz en mi corazón porque soy un hijo de Dios”, dijo.

El 11 de noviembre de 2015, Omar fue liberado de prisión mientras la corte continuaba revisando su caso. El único requisito era presentarse ante la corte cada mes. “Estaba emocionado cuando me dejaron salir de la cárcel —dijo—. Pensé que tal vez nunca me liberarían. Salí y vi el cielo y todas las cosas… a la gente. Finalmente, era libre”.

Tras ser liberado, Omar regresó a su aldea y comenzó a compartir el Evangelio nuevamente. Pero una noche, mientras caminaba solo por su aldea, fue confrontado por cinco islamistas del grupo que lo había incriminado. “Eres un tipo muy valiente —dijo uno de ellos—. Queremos ver tu corazón”. El hombre entonces cortó el pecho de Omar con un cuchillo, y los islamistas huyeron mientras él gritaba y caía al suelo sangrando.

Aunque sabía que probablemente necesitaría puntos de sutura, Omar decidió no ir al hospital por temor a que los médicos musulmanes pudieran envenenarlo si se enteraban del caso en su contra. En cambio, se fue a casa y trató él mismo la herida.

En estado de shock por el ataque, recordó lo que había leído en la Biblia sobre la persecución.“Al igual que los apóstoles, [nosotros] seremos martirizados y perseguidos —dijo—. Me tomé eso [en serio] y me preparé para en algún momento quizás ser un mártir”.

Después de sanar del ataque, Omar comenzó a asistir a una universidad bíblica y se convirtió en pastor en septiembre de 2016.

Hoy en día, supervisa 13 iglesias en casa. Además, provee enseñanza bíblica y asesoramiento a cristianos perseguidos en una casa de seguridad apoyada por VOM y discipula nuevos creyentes.

Omar dijo que, en sus años de ministerio, ha guiado a más de 150 personas a Cristo. Y mirando al pasado, agradece la persecución que ha sufrido como resultado de su testimonio. Dijo que cree que eso ha fortalecido su fe. “Si no viera la persecución —dijo—, tal vez regresaría a mi religión anterior”.

Omar está agradecido por la forma en que Dios ha usado la persecución para fortalecer su fe, pero lo acechan los incidentes pasados, y los recordatorios continuos y diarios de lo que su fe le ha costado. Los miembros de su familia lo llaman regularmente para insultarlo y exigirle que regrese al islam; su cabello no ha vuelto a crecer, y continúa luchando con el dolor, usando un aparato especial para estirar su espalda cada mañana.

Sin embargo, lo que más le aflige es su caso legal sin resolver y su futuro incierto. Aún debe presentarse en el juzgado cada mes y ha acumulado costos legales significativos. Tal como está su caso ahora, es probable que enfrente 27 años de prisión o una sentencia de cadena perpetua. Y aunque es poco probable, una sentencia de muerte sigue siendo una posibilidad.

“Es el plan de Dios —dijo—. Estoy listo para ir a prisión por 27 años o ser ahorcado, no es problema”.

La mayor preocupación de Omar es su esposa Lucina, y su hija de 5 años, Sumaya. Su suegra, Runa, vive con ellos para ayudar a Lucina, pero ella no puede ayudar a mantenerlos. Lucina se preocupa por volver a estar sola si su esposo regresa a prisión, pero está tratando de mantener la esperanza.

“Este es un caso largo y falso —dijo—. Dependo del Señor. Creo que el Señor puede hacer cualquier cosa en nuestras vidas”.

A pesar de la incertidumbre y el estrés resultante del trabajo cristiano de Omar, Lucina apoya su pasión por compartir el Evangelio. “Ese es su trabajo, compartir el Evangelio —dijo—. Todo el tiempo lo estoy animando”.

Con el apoyo de su esposa, Omar toma su muy desgastada Biblia, se sube a un carrito-bicicleta y viaja para visitar nuevas aldeas. Pase lo que pase , ya sea que su caso sea desestimado, que pase el resto de su vida en prisión o que enfrente la muerte, Omar dijo que continuará compartiendo con los musulmanes la esperanza eterna que tiene en Cristo.

“Nuestra vida aquí es temporal —dijo—. Tengo una pequeña cantidad de tiempo para predicar el Evangelio. No creo que me vaya a detener”. 

No se intimida
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