Aun no es tiempo de irme
Corea Del Norte

Después de escapar de las autoridades norcoreanas, una ex contrabandista de Biblias continúa compartiendo el amor de Cristo con otros desertores en Corea del Sur.
La primera vez que Eun-Ji puso un pie en una iglesia, estaba molesta. La gente que estaba adentro cantaba y oraba en voz alta, le decían mentiras sobre Corea del Norte y, lo peor de todo, hablaban de los “líderes eternos” Kim Il Sung y Kim Jong Il con descarada irreverencia. Eso la enfureció.
Había asistido a la iglesia, una congregación coreana en China, por razones meramente financieras. Sospechaba que una mujer que le debía dinero estaba allí, y necesitaba el dinero. Tenía una familia que alimentar durante el tiempo de severa hambruna en Corea del Norte.
Cientos de miles de norcoreanos murieron de hambre durante “La Ardua Marcha” de Corea del Norte, como se nombró a la hambruna de la segunda mitad de la década de 1990. Agravando el sufrimiento, el gobierno se negó a aceptar importaciones o ayuda internacional. En su lugar, dio su aprobación implícita al contrabando ilegal, permitiendo a los norcoreanos hacer lo posible por conseguir comida, en vez de recibir del gobierno las raciones de comida y el pago que debían recibir.
Para alguien como Eun-Ji, de 29 años en ese momento, contrabandear era sobrevivir. “En 1997 y 1998 —recordó Eun-Ji—, había cadáveres en todas las calles [a causa de la hambruna]. Mi esposo y yo recibíamos nuestros ingresos únicamente del gobierno. Entonces el gobierno nos recortó las raciones y no teníamos posibilidad de sobrevivir”.
Sabiendo que Eun-Ji tenía familiares en China que podían ayudarla, una mujer local la convenció para que se dedicara al contrabando. La mayoría de las veces contrabandeaba artículos que podían ser fácilmente intercambiables por comida.
Entonces una mujer le pidió que sacara a un niño de lo profundo de Corea del Norte hasta la frontera para que pudiera recibir la medicina que tanto necesitaba. Durante una semana, Eun-Ji hizo arreglos para ayudar al niño, para luego enterarse de que ya había muerto. Y luego, después de todo el trabajo de Eun-Ji, la mujer —junto con la paga prometida— desapareció.
“Creo que huía de la policía norcoreana debido a su trabajo en la iglesia clandestina”, dijo Eun Ji. Pero en ese momento, Eun-Ji solo estaba enojada. “Yo tenía un muy mal carácter en ese entonces —dijo—. Y decidí obtener mi dinero, sin importar cómo”.
Eso llevó a Eun-Ji a la iglesia coreana en China. Con la esperanza de obtener el pago de la mujer, Eun-Ji habló con el pastor y los diáconos de la iglesia. La calmaron, hablaron con ella mientras tomaban una taza de café, oraron por ella y le dieron dinero para ayudar a su familia. También le sugirieron una ruta diferente a casa para evitar a los guardias fronterizos, dirigiéndola a otra pequeña iglesia en el camino.
Una fe creciente
La iglesia en su nueva ruta se convirtió en una parada habitual en los posteriores viajes de contrabando. Durante cuatro años, la gente de la iglesia compartió el Evangelio con ella y le enseñó lo que significa seguir a Cristo. Con el tiempo, estudió la Biblia y aprendió a vivir como cristiana e incluso a compartir a Cristo con los demás.

Todavía no estaba totalmente comprometida con seguir a Cristo, pero eso cambió una oscura y fría noche de diciembre. Mientras cruzaba la frontera para traer mercancías para la próxima celebración de Año Nuevo, su desplazamiento a través del bosque nevado llamó la atención de algunos guardias fronterizos chinos. Eun-Ji comenzó a orar en silencio como le habían enseñado en la iglesia. “Cuando la gente enfrenta este tipo de situaciones —señaló—, tienden a depender de Dios”.
Un guardia fronterizo se internó en el bosque cerca de ella, pero pasó de largo sin verla, y la patrulla no tardó en ponerse en marcha. Eun-Ji estaba segura de que Dios había respondido su oración. “Ahí me di cuenta de que las cosas que aprendía en la iglesia eran reales”, dijo.
Durante sus viajes, Eun-Ji recordaba una canción que había aprendido en la iglesia: “Cuando anduve errante por el mundo, no conocía al Señor. ¿Puede Dios perdonar a un pecador como yo?”. La respuesta, ahora la sabía, era ¡Sí! “Cuando oí esas palabras —dijo Eun-Ji—, fue como si la canción hubiera sido escrita sobre mí y mi vida”.
Después de que la hambruna terminara y el gobierno de Corea del Norte renovara su dura postura sobre el contrabando, Eun-Ji continuó con su trabajo ilegal. Luego, a principios de la década de los 2000, los misioneros de la iglesia que había estado visitando durante más de cuatro años propusieron un nuevo y peligroso proyecto de contrabando: le preguntaron si llevaría Biblias a Corea del Norte.
Eun-Ji dudaba. Ser sorprendida con una Biblia podría resultar en cadena perpetua o incluso la pena de muerte. Ya había cortado lazos con algunos contrabandistas de Biblias que conocía porque no quería comprometer el futuro de su hijo en el ejército. Pero su cuñada menor, que junto a ella formaba parte del proyecto de contrabando, y también había llegado a la fe en Cristo a través del ministerio de esta iglesia, estaba dispuesta a correr el riesgo.
Las dos mujeres empacaron las Biblias hasta el fondo de sacos de arroz para que no pudieran verse ni sentirse y las llevaron a Corea del Norte con instrucciones de mantenerlas a salvo y en secreto. Una vez en casa, Eun-Ji y su esposo envolvieron las Biblias en una especie de vinil disponible en todos los mercados de Corea del Norte y las enterraron en su jardín.
Aliento para el estómago y para el alma
A medida que sus familiares acudían a ella buscando alimentos y otras necesidades, Eun-Ji comenzó a verlos bajo una luz diferente. Trataba de evaluar qué tan receptivos estarían para escuchar las Buenas Nuevas que habían cambiado su corazón.
“Cuando obtenía algo del contrabando, siempre lo compartía con mi familia —explicó—. Como resultado, cuando les decía algo, confiaban más en mí que en Kim Il Sung”.
Cuando Eun-Ji compartía comida o ropa con ellos, aclaraba que ella no era la fuente principal del regalo. “No soy yo quien les da esto —les decía—. Es Dios quien se los da a través de mí”. Si eso no despertaba sospechas o ira, Eun-Ji daría el siguiente paso: seguir fomentando la fe de sus familiares. Ella compartía el Evangelio con ellos, les enseñaba a orar y les ayudaba a memorizar versículos de la Biblia. Y también los animaba a transmitir el Evangelio a los demás, de la misma manera que ella lo había compartido con ellos.

En 2005, mientras el régimen norcoreano luchaba por controlar el contacto no deseado con el mundo exterior y el comercio ilegal causado por la hambruna, el gobierno decretó que familias enteras serían exiliadas al campo si uno de los miembros se dedicaba al contrabando. La empresa de contrabando de Eun-Ji era un secreto a voces en la comunidad, por lo que no pasó mucho tiempo antes de que alguien la denunciara y toda la familia fuera exiliada.
Aunque ella y su familia fueron desarraigados de su hogar, el exilio trajo una bendición inesperada que aumentó la valentía de Eun-Ji. “Tras ser exiliada fuera de la ciudad —dijo—, fue un buen lugar para que la gente […] viniera a buscar mi apoyo y ayuda”. Estar lejos de la condición abarrotada de la ciudad también facilitó el discipulado, pero la familia pronto enfrentó una nueva amenaza.
Un ángel vestido de huérfano
Mientras las autoridades norcoreanas investigaban a una mujer por traficar mujeres norcoreanas para hombres chinos, esta trató de desviar la atención de sí misma ofreciendo información sobre otros contrabandistas con contactos en China. Eun-Ji fue una de las muchas personas arrestadas e interrogadas como resultado de la revelación de la mujer.
Eun-Ji creía que era solo cuestión de tiempo antes de que alguien revelara que había estado en contacto con cristianos en China e incluso había introducido Biblias de contrabando a Corea del Norte, y temía que su castigo fuera la muerte por fusilamiento.
Después de su arresto, la policía secreta encerró a Eun-Ji en una habitación en el segundo piso de un hotel con barras de hierro en las ventanas. Era donde realizaban los interrogatorios utilizando la tortura para obtener confesiones.
Sola en una habitación sin calefacción en un gélido día de enero, todo lo que Eun-Ji podía hacer era moverse para mantenerse tibia y clamar en oración. Al caer la noche, oró: “Padre Dios, todavía no es mi tiempo para ir contigo. Tengo más trabajo que hacer para ti. Por favor, líbrame de esto”.
Eun-Ji continuó orando durante su segundo día de cautiverio, y por la noche, un funcionario entró y puso un pequeño plato de fideos sobre la mesa. Le dijo que volvería esa noche para interrogarla, y temía que sería torturada para sacarle una confesión. Abrumada por el terror, se desmayó.
Cuando recobró la conciencia, la habitación estaba completamente oscura y escuchó a alguien en la puerta. Pensó que debía ser el interrogador que regresaba, pero no podía entender por qué estaba esperando fuera de la habitación. Cuando la puerta se abrió, Eun-Ji se sorprendió al ver a un niño pequeño, que luego se fue corriendo sin entrar.
“Junto al hotel había un orfanato —explicó Eun-Ji—, probablemente uno de los huérfanos entró en el hotel para robar cosas”. Ella piensa que tal vez eligió la habitación porque las luces estaban apagadas.
Ahora la puerta estaba abierta y la luz entraba desde el pasillo, pero Eun-Ji no se atrevió a moverse. Estaba segura de que los guardias de la policía debían haber escuchado el movimiento del niño. Permaneció en silencio por diez minutos, mirando la puerta abierta, pero nadie más llegó a la habitación.
Aprovechando la oportunidad, Eun-Ji bajó las escaleras silenciosamente y salió del edificio sin ser vista. Más tarde se enteró que una familia había organizado una fiesta para los funcionarios como soborno para que dejaran ir a un miembro de la familia, y los funcionarios se habían embriagado, dándole la oportunidad de escapar.
“Si quieren creer en Dios, tiene que ser secreto, no pueden revelar nada acerca de su fe”
Durante los siguientes tres meses, Eun-Ji se escondió de las autoridades con la ayuda de personas desilusionadas del gobierno. “Si había un inspector en la zona, la gente me ayudaba a esconderme en un corral o algo parecido”, recordó.
Había visto ejecuciones y sabía de otros condenados a campos de concentración, y su esposo e hijos eran acosados debido a su escape de custodia. Así que, sabiendo que nunca podrían estar a salvo, Eun-Ji y su familia hicieron arreglos para huir a Corea del Sur.
“La hija predilecta de Dios”
Hoy en día, Eun-Ji y su esposo sirven en su iglesia y ministran a otros desertores norcoreanos en Corea del Sur. Dijo que alcanzar a los norcoreanos con el Evangelio requiere superar muchos obstáculos.
“No es que odien a Dios —explicó—. Es porque en Corea del Norte se vieron obligados a ir [a centros de adoctrinamiento] y escuchar las palabras de Kim Il Sung. Cuando vienen a Corea del Sur, vienen a ser libres de todas esas cosas. No es que no les guste Dios, sino que no les gusta la vida institucional”.
La ideología nacionalista de la familia Kim, llamada Juche, es otro obstáculo. “Debido a la ideología del Juche en Corea del Norte, confiar en Kim Il Sung es [lo mismo que] confiar en Dios —aclaró—. Si quieren creer en Dios, tiene que ser secreto. No pueden revelar nada acerca de su fe. Debido a esto, es un verdadero desafío vivir en fe en Corea del Norte”.
Recordando cómo Dios la llamó y la protegió, Eun-Ji sonrió describiéndose como la “hija predilecta” de Dios. Pidió oración para que permanezca fiel mientras continúa aprovechando cada oportunidad para hacer la voluntad de Dios.
Cuando Eun-Ji tiene la ocasión de hablar con sus familiares en Corea del Norte, les insta a permanecer firmes en la fe. Confía en que las semillas del Evangelio que ayudó a plantar en ellos continuarán dando fruto mientras el reino de Dios avanza en Corea del Norte.
