Después de ser encarcelado y golpeado a causa de su fiel testimonio, un evangelista trabaja para proclamar el reino de Dios en el sudeste asiático, sabiendo que podría enfrentar más persecución en cualquier momento.

El primer arresto de Ly A Pao se produjo justo un año después de que pusiera su fe en Cristo. Ya había guiado a Cristo a ocho de las 108 familias de su aldea hmong, y regularmente organizaba reuniones de adoración en su casa en el sudeste asiático.

Durante los cinco meses que estuvo en prisión, los guardias lo golpeaban repetidamente hasta dejarlo inconsciente. Y una vez, un oficial le dio una patada en el pecho rompiéndole una costilla.

“Cuando estuve en prisión —señaló Pao—, siempre recordaba Daniel 12, que habla del sufrimiento en la tierra, y de recibir la recompensa en el cielo. Quería que mi vida fuera como una estrella resplandeciente para Dios” (Daniel 12:3).

Al salir de prisión, Pao reanudó su ministerio, compartiendo el Evangelio con siete familias más. Su evangelismo enfurecía a otros aldeanos, quienes a veces interrumpían sus reuniones de adoración y lo amenazaban.

Con el tiempo, Pao se mudó a una nueva aldea para escapar del ambiente hostil. Ahí, llevó a 11 familias a Cristo y estableció una iglesia. Luego las autoridades lo arrestaron nuevamente, y esta vez estuvo encarcelado por más de dos años.

Al principio de su encarcelamiento, los guardias les dijeron a otros prisioneros que Pao era cristiano. Para humillarlo, ordenaron a los prisioneros que se subieran a su espalda y actuaran como si estuvieran montando un caballo. Pao sufrió una fractura en la mano y múltiples lesiones en la espalda como resultado de estos traumáticos incidentes.

En otras ocasiones, los guardias torturaban a Pao con un arreador eléctrico para ganado y escarabajos venenosos. Y al igual que en su encarcelamiento anterior, fue golpeado repetidamente hasta perder el conocimiento.

Tras su liberación, Pao no pudo encontrar a su familia. Finalmente oyó que su esposa y sus 11 hijos se habían mudado por su seguridad. Y también supo que dos de sus hijos habían muerto mientras él estaba en prisión.

Pao se volvió a reunir con su familia en su nuevo pueblo, pero pronto fue arrestado por tercera vez, por guiar a tres familias a Cristo. Las autoridades lo esposaron a una silla y lo golpearon brutalmente.

“Si eres un siervo de Dios, entonces te pondré en el camión —le amenazó un oficial de policía—. Te ataré y te arrojaré al río para que mueras sin que nadie lo sepa”.

La policía también amenazó con expulsar a las tres nuevas familias cristianas del pueblo. Cuando Pao respondió a los oficiales que permitiría que las familias vivieran en su tierra, uno de ellos lo abofeteó por protestar.

“No importa lo que me hagan, eso no me impedirá compartir el mensaje de salvación en este pueblo —les expresó Pao—. Compartiré el Evangelio con todos para que puedan recibir la salvación. No temo a la muerte”.

Entonces las autoridades lo encerraron en una celda y lo obligaron a dormir desnudo en el frío suelo de concreto y sin una manta. Cuando el jefe de la policía local se enteró de cómo Pao había desafiado a los oficiales, entró en la celda de Pao y saltó repetidamente sobre su estómago en represalia. Luego arrastró a Pao para que se pusiera de pie y le dio un puñetazo en la cara, botándole varios dientes.

Cuando Pao cayó al suelo, el jefe de policía le dio una patada en la cabeza. “¡Esto es lo que le hacemos a la gente que se opone a nuestro gobierno!”, exclamó. Finalmente, el jefe de policía arrastró a Pao fuera de la celda y lo arrojó por un tramo de las escaleras.

Dos días después, el jefe de policía notó que Pao llevaba un collar con una cruz y le ordenó que se lo quitara. Cuando Pao se negó, el jefe de policía lo golpeó en la cara con su zapato. Luego le ordenó a Pao que se quitara la ropa, y desnudo, se inclinara ante él.

“No me inclinaré ante ningún hombre —respondió Pao—. Solo me arrodillaré ante mi Señor, ya que solo él merece alabanza y adoración”.

Cuando fue liberado dos semanas después, Pao regresó con su familia golpeado y amoratado. Y una semana después de su liberación, asistió a una escuela bíblica. Mientras estuvo allí, se reunió con obreros de la primera línea ministerial, quienes le proporcionaron más Biblias y literatura cristiana. También recibió fondos para tratamientos médicos y dentales.

Hoy, a la edad de 75 años, Pao continúa proclamando el Evangelio sin miedo. Y a pesar de su continuo evangelismo y sus esfuerzos de plantación de iglesias, no ha experimentado persecución desde su último encarcelamiento. Dijo que sus perseguidores probablemente ahora pasan por alto su trabajo cristiano debido a su avanzada edad y a sus respetados antecedentes militares.

Aunque Pao no ha enfrentado persecución en más de una década, los cristianos de su país, especialmente los creyentes hmong, siguen enfrentando oposición debido a su testimonio de Cristo. En la región donde vive, las autoridades oprimen cada vez más a los cristianos y a las iglesias.

Desde 2011, Pao ha plantado 12 iglesias. Todavía comparte el Evangelio a diario, aunque admite que se ha vuelto más difícil. “Me doy cuenta de que estoy viejo —dijo—. Mis oídos no pueden oír claramente lo que la gente dice. Mi salud no es buena. Entiendo que cuando hablo, murmuro. No soy claro al hablar, pero en mi corazón, todavía ansío compartir de Cristo con otras personas”.

Pao no tiene idea de cuántas personas ha llevado a Cristo a lo largo de sus años de trabajo ministerial, pero dijo que de las muchas iglesias que ha comenzado, la más pequeña ahora tiene 40 familias y la más grande tiene 100 familias.

Recordando a aquellos que lo persiguieron, Pao solo siente amor hacia ellos. “No los odio —manifestó—. Sé con certeza que cuanto más me persigan, más seré recompensado por Dios, así que no tengo miedo de morir. En realidad, ellos no son nuestros enemigos. Al final, el que obliga a la gente a perseguirme es Satanás”.

hmong

Pao pide oración mientras continúa hablando a otros acerca de la verdad de Cristo.

“Oren para que abra mi boca para compartir el Evangelio con los aldeanos, y cada vez que tenga la oportunidad de encontrarme con los oficiales, que también comparta el Evangelio con ellos —dijo—. No puedo quedarme en casa sin compartir el Evangelio; mi corazón se apagaría. Por eso hasta el día de hoy sigo siendo evangelista. Por favor, oren por mi salud. Oren por mi corazón para que pueda compartir el Evangelio con más personas que nunca”.

Habiendo sufrido mucho por su obra cristiana en el pasado, Pao ya no teme a más persecución. “No tengo miedo, incluso si muero mañana —expresó—. No temo porque tengo a Dios conmigo y le pido a Dios: ‘Señor, permíteme morir sirviéndote’”.

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