Incluso de joven, Just De Bretenieres soñaba con lugares lejanos y el servicio misionero. Nació en la región de Borgoña, Francia, de padres católicos devotos. Un día, a la edad de seis años, De Bretenieres estaba jugando con su hermano menor, cavando hoyos en la tierra. De repente gritó: «Silencio, escucho a los chinos, los veo. Me están llamando. Tengo que ir a salvarlos». De Bretenieres nunca olvidó este incidente, y a medida que su devoción a la fe creció, también lo hizo la sensación de que su vida debía ser entregada para llevar la salvación de Dios a suelo extranjero. Aún no había cumplido los veinte años, cuando De Bretenieres ingresó al seminario «menor» de París, y luego pasó al Seminario de Misiones Extranjeras. Los sueños de la infancia quizá lo llevaron allí, pero esos sueños tenían que crecer, profundizarse y madurar. En 1861, les escribió a sus padres: «Siento con mucha claridad que el camino que estoy tomando es duro y difícil. No me estoy engañando acerca de sus obstáculos y sufrimientos, ni de los peligros que encontraré. Me pongo enteramente en las manos de Dios». A los graduados del seminario nunca se les dijo de antemano a

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Los jesuitas llegaron a Japón en 1549 con el gran misionero San Francisco Javier al frente de la campaña para convertir al pueblo de la isla. Junto con ellos fueron algunos comerciantes, cuyos bienes fueron valorados incluso cuando las palabras de Dios de los sacerdotes eran recibidas con respetuosa curiosidad, pero no con mucho entusiasmo. Sin embargo, una pequeña iglesia creció. En 1597, el gobernante de Japón, Toyotomi Hideyoshi, llegó a creer que sus problemas se debían a una pérdida de fervor nacionalista. Por lo cual, dirigió la limpieza que prohibió el culto cristiano y condujo a la detención de veintiséis cristianos, diecinueve de ellos japoneses. Después de una marcha invernal de un mes, los hombres fueron crucificados en la colina de Nishizaka en cruces cortadas para adaptarse a las dimensiones de cada uno de los condenados. Se dice que cuando la columna de prisioneros vio sus cruces tendidas en el campo de trigo al lado de la colina, cada uno de ellos abrazó la suya, y uno de los condenados pidió que sus manos fueran clavadas en el travesaño. Cadenas y correas de hierro mantuvieron suspendidos a los demás hombres hasta que un escuadrón de verdugos terminó el trabajo

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Tres meses antes de la muerte de Jan Hus en Constanza, Alemania, un erudito bohemio llamado Jerónimo se introdujo en secreto a la ciudad. Ya había escapado de la cárcel de Viena, y se había dirigido audazmente a Alemania, sin protección, para tratar de ayudar a su amigo Hus. Jerónimo había traducido los escritos de John Wycliffe al checo, los cuales Hus había leído y seguido. Como tal vez sentía que era él, Jerónimo, quien debería haber sido arrestado, escribió con valentía cartas al emperador y al Concilio de Constanza, pidiendo salvoconducto y ser escuchado a favor de Hus, pero se lo negaron. Después de haber hecho todo lo que pudo, regresó a Bohemia. Pero no llegó a casa. Mientras viajaba por una pequeña ciudad de Alemania, el duque de Sulzbach envió a un oficial para arrestarlo ilegalmente. Encadenado alrededor del cuello y con grilletes en las manos, fue llevado de vuelta a Constanza como si fuera el centro de un desfile. Rodeado de hombres a caballo y muchos guardias más, lo llevaron a una prisión degradante a la espera de juicio. Más tarde, durante el tiempo en que Hus fue martirizado, el Concilio de Constanza todavía se negaba a

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En los mitos griegos, el personaje Telémaco (que significa «combatiente lejano») era un niño tímido y reservado. Pero de adulto defendió el honor de quién amaba y se convirtió en un peleador y un héroe. A diferencia de su contraparte mitológica, el monje del siglo IV, Telémaco era cualquier cosa menos un peleador. O tal vez se podría argumentar que su mayor pelea fue su esfuerzo por erradicar las peleas. Telémaco, un ermitaño asceta de Oriente, era desconocido excepto por su último acto. Viajó a Roma justo a tiempo para las celebraciones de la victoria. Después de años de agresivas invasiones provenientes del continente, Roma finalmente había derrotado al rey gótico Alarico en el norte de Italia en el año 403. Como era común en aquellos tiempos, se celebraron extravagantes competencias de gladiadores como festejo de la victoria militar. El emperador Honorius, de veinte años, decretó que esta celebración en particular se llevaría a cabo en el Coliseo, el cual tenía un aforo para 50 000 personas. Este campo de batalla era llamado así por la colosal estatua de 130 pies o 39.6 metros de Nerón que estaba cerca. El emperador Nerón se hizo famoso por condenar a los cristianos a

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Perpetua valientemente sostuvo a Felícitas en sus brazos, anticipando su muerte juntas como hermanas en Cristo. Los cuernos del toro ya habían herido a Felícitas, y la multitud quería el tiro de gracia. Entonces, abrupta e inexplicablemente, el toro se detuvo. La multitud guardó silencio. Este animal no estaba siguiendo el guion. Ahora la multitud se soltó con demandas de sangre, y los gladiadores corrieron hacia adelante para terminar el trabajo. Felícitas murió rápidamente. Cuando el verdugo de Perpetua titubeó, ella misma ayudó a guiar su espada hacia su cuerpo. El Coliseo nunca antes había visto un espectáculo así. Perpetua provenía de una familia adinerada. Su padre era pagano, pero su madre y sus hermanos eran cristianos. Perpetua tenía un bebé lactante en el momento de su arresto por confesar a Cristo. Su padre la instó a renunciar a la fe, por su bien y por el de su familia. Incluso las autoridades romanas la instaron a ofrecer un simple sacrificio al poder romano. Se negó a hacerlo. No renunciaría a Cristo como Señor, alegando que el nombre que le pertenecía era el nombre de una cristiana. Felícitas era una esclava y estaba embarazada. Dado que el derecho romano prohibía

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