Una noticia de última hora alertó al mundo: «Cinco hombres desaparecidos en territorio Auca». La fecha era lunes 9 de enero de 1956. Un equipo de pioneros misioneros que estaban intentando hacer contacto pacífico con una infame tribu de indígenas de Ecuador, los waodanis, habían fallado en hacer una llamada de radio programada. Por casi todo un día ninguna palabra había procedido de su campamento en el río Curaray al que ellos llamaban «Palm Beach». Entonces un piloto que hizo un sobrevuelo reportó un avión muy dañado en el campamento. Esto fue seguido por una espantosa confirmación el miércoles 11 de enero cuando se divisó el primer cuerpo en el río. Aunque se formó rápidamente un equipo de búsqueda y rescate, el descubrimiento de más cuerpos cambió rápido la misión de rescate a recuperación y entierro. Para el viernes de esa semana, el equipo llegó al campamento de los misioneros y enterró apresuradamente cuatro de los cuerpos. Los hombres habían muerto violentamente por repetidas heridas de lanza y cortes de machete. El quinto cuerpo (Ed McCully) nunca fue localizado después de ser identificado en la playa, pero luego, arrastrado por el río. Cinco viudas y ocho huérfanos lloraron las muertes

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Cuando estaba a punto de ser quemado en la hoguera, Walter Mill exclamó con confianza y valentía: ¡Me maravillo de su ira, hipócritas, que persiguen con tanta crueldad a los siervos de Dios! En cuanto a mí, ahora tengo ochenta y dos años, y no puedo vivir mucho tiempo más por el curso de la naturaleza; pero de mis cenizas surgirán cien que los esparcirán a ustedes, hipócritas y perseguidores del pueblo de Dios; y aquellos de ustedes que ahora se creen los mejores, no morirán tan honestamente como yo lo hago ahora. ¡Confío en Dios, seré el último que sufrirá la muerte de esta manera por causa de esta tierra! Sus palabras fueron proféticas porque fue, de hecho, el último mártir de los inicios de la reforma en Escocia. Nacido en 1476, Mill se convirtió en sacerdote en el condado de Angus, Escocia. Impresionado por las enseñanzas de los reformadores, cuestionó la jerarquía y la teología de la iglesia y dejó de oficiar misa. Así que, de joven, fue condenado a muerte por su desafío a la iglesia. Con el tiempo, en 1538, Mill fue arrestado, pero escapó a Alemania, donde ministró durante veinte años. A los ochenta y

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Incluso de joven, Just De Bretenieres soñaba con lugares lejanos y el servicio misionero. Nació en la región de Borgoña, Francia, de padres católicos devotos. Un día, a la edad de seis años, De Bretenieres estaba jugando con su hermano menor, cavando hoyos en la tierra. De repente gritó: «Silencio, escucho a los chinos, los veo. Me están llamando. Tengo que ir a salvarlos». De Bretenieres nunca olvidó este incidente, y a medida que su devoción a la fe creció, también lo hizo la sensación de que su vida debía ser entregada para llevar la salvación de Dios a suelo extranjero. Aún no había cumplido los veinte años, cuando De Bretenieres ingresó al seminario «menor» de París, y luego pasó al Seminario de Misiones Extranjeras. Los sueños de la infancia quizá lo llevaron allí, pero esos sueños tenían que crecer, profundizarse y madurar. En 1861, les escribió a sus padres: «Siento con mucha claridad que el camino que estoy tomando es duro y difícil. No me estoy engañando acerca de sus obstáculos y sufrimientos, ni de los peligros que encontraré. Me pongo enteramente en las manos de Dios». A los graduados del seminario nunca se les dijo de antemano a

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Los jesuitas llegaron a Japón en 1549 con el gran misionero San Francisco Javier al frente de la campaña para convertir al pueblo de la isla. Junto con ellos fueron algunos comerciantes, cuyos bienes fueron valorados incluso cuando las palabras de Dios de los sacerdotes eran recibidas con respetuosa curiosidad, pero no con mucho entusiasmo. Sin embargo, una pequeña iglesia creció. En 1597, el gobernante de Japón, Toyotomi Hideyoshi, llegó a creer que sus problemas se debían a una pérdida de fervor nacionalista. Por lo cual, dirigió la limpieza que prohibió el culto cristiano y condujo a la detención de veintiséis cristianos, diecinueve de ellos japoneses. Después de una marcha invernal de un mes, los hombres fueron crucificados en la colina de Nishizaka en cruces cortadas para adaptarse a las dimensiones de cada uno de los condenados. Se dice que cuando la columna de prisioneros vio sus cruces tendidas en el campo de trigo al lado de la colina, cada uno de ellos abrazó la suya, y uno de los condenados pidió que sus manos fueran clavadas en el travesaño. Cadenas y correas de hierro mantuvieron suspendidos a los demás hombres hasta que un escuadrón de verdugos terminó el trabajo

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Tres meses antes de la muerte de Jan Hus en Constanza, Alemania, un erudito bohemio llamado Jerónimo se introdujo en secreto a la ciudad. Ya había escapado de la cárcel de Viena, y se había dirigido audazmente a Alemania, sin protección, para tratar de ayudar a su amigo Hus. Jerónimo había traducido los escritos de John Wycliffe al checo, los cuales Hus había leído y seguido. Como tal vez sentía que era él, Jerónimo, quien debería haber sido arrestado, escribió con valentía cartas al emperador y al Concilio de Constanza, pidiendo salvoconducto y ser escuchado a favor de Hus, pero se lo negaron. Después de haber hecho todo lo que pudo, regresó a Bohemia. Pero no llegó a casa. Mientras viajaba por una pequeña ciudad de Alemania, el duque de Sulzbach envió a un oficial para arrestarlo ilegalmente. Encadenado alrededor del cuello y con grilletes en las manos, fue llevado de vuelta a Constanza como si fuera el centro de un desfile. Rodeado de hombres a caballo y muchos guardias más, lo llevaron a una prisión degradante a la espera de juicio. Más tarde, durante el tiempo en que Hus fue martirizado, el Concilio de Constanza todavía se negaba a

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