Cristiano chino guía a funcionario norcoreano a Cristo
Corea Del Norte
Después de pasar cinco años desarrollando relaciones con cuarenta norcoreanos en China, un fiel cristiano chino finalmente llevó a uno de ellos, un funcionario del Gobierno norcoreano, a Jesucristo.
Lee Joon-ki buscó cuidadosamente en el café chino el lugar adecuado para sentarse.
El dueño del lugar, un compañero cristiano, le había contado sobre un trabajador de mediana edad de Corea del Norte que estaba en el café, y Joon-ki quería sentarse en el lugar correcto para comenzar una conversación con él.
Después de sentarse en una mesa cerca del hombre, Joon-ki comenzó una conversación informal con él, incluso logró atraer al dueño del café a la conversación. Estas conversaciones, que pueden volverse peligrosas rápidamente para todos los involucrados, son para lo que vive Joon-ki, un obrero de primera línea que comparte el evangelio con norcoreanos dentro de China cerca de la frontera con Corea del Norte.
«Encontrar a estos norcoreanos, desarrollar relaciones y llevarlos a Cristo es la obra de Dios; está lleno de la gracia de Dios —dijo—. Simplemente reunirme con él durante una hora es sumamente valioso. No es algo que podamos hacer normalmente. Cada ocasión podría ser la última».
Joon-ki es un pastor ordenado que ha servido como obrero de primera línea durante más de seis años, sacrificando tiempo con su familia para compartir el evangelio con los norcoreanos. Arriesga su vida por el evangelio, participando en todo, desde en lanzamientos de globos que llevan biblias, hasta en la distribución de la Palabra de Dios cerca de la frontera.
Si bien su objetivo principal es promover el Reino de Dios, Joon-ki también tiene una razón muy personal para alcanzar a los norcoreanos.
Su padre, un pastor, dejó Corea del Norte en 1954 alrededor de los veinte años después de enfrentar una intensa persecución por parte del régimen comunista relativamente nuevo en el país. «He escuchado muchas cosas sobre Corea del Norte de boca de mi padre que moldearon mi forma de pensar —dijo Joon-ki sobre su padre, quien murió no hace mucho—. Corea del Norte no es mi enemigo ni algo extraño para mí. Es más como mis historias, mi nación, la nación de mi padre, mi historia familiar. Mi padre realmente me influyó para convertirme en misionero a los norcoreanos».
Decenas de miles de norcoreanos pobres son obligados por su gobierno a trabajar en China y otros países cada año, y enviar sus salarios a Corea del Norte. Se les permite conservar solo un pequeño porcentaje de sus ganancias.
Joon-ki a menudo trata de compartir el evangelio con líderes norcoreanos que supervisan unidades de diez a quince trabajadores. Busca a estos líderes por su influencia y porque generalmente no tienen que reportarle a un superior en China. Aun así, se reúne con ellos en privado para que los trabajadores no los denuncien. «Son tan cautelosos y están tan alertas con respecto a las personas que posiblemente podrían denunciarlos a las autoridades, que el evangelio no se comparte en una sola reunión», dijo.
Mostrarles amor a los norcoreanos es el enfoque de Joon-ki para compartir el evangelio. «A medida que desarrollo una relación con ellos, a veces pueden enfermarse o necesitan ayuda financiera, y me piden que les dé algo —dijo—. Cuando reciben mi ayuda, la relación se profundiza. Entonces los norcoreanos comienzan a darse cuenta de que las personas que se llaman cristianas son de alguna manera diferentes. Así es como la conversación continúa».
El hombre con quien habló en el café era un funcionario del gobierno norcoreano y exlíder militar que estaba en China para supervisar a quince mujeres norcoreanas que trabajaban en un restaurante. Como líder de la unidad, supervisaba a cada una de sus trabajadoras para asegurarse de que no traicionaran la religión oficial de su país, el juche [la autosuficiencia]. Aquellos que se apartan de la ideología de la autosuficiencia a menudo se enfrentan a duros castigos.
La mayor oportunidad de Joon-ki para mostrarle amor fue cuando el hombre se enfermó y necesitaba medicamentos. Joon-ki compró el medicamento que necesitaba y se aseguró de que lo recibiera.
Entonces, un día de octubre de 2017, dio un paso más y le envió al hombre una biblia. Cuando el hombre abrió el paquete frente a diez de sus trabajadoras, actuó como si estuviera enojado por haberlo recibido. Pero la ira no era del todo genuina; sabía que tenía que actuar enojado para que nadie lo denunciara por tener una biblia. Al final, sin embargo, estaba un poco molesto por el paquete.
«Lo puse en una situación peligrosa, así que básicamente la relación fue un poco inestable por un momento —dijo Joon-ki—. Después de un tiempo, me volví a acercar a él y me disculpé por haberlo puesto involuntariamente en una situación peligrosa. Aceptó mis disculpas y la relación quedó restaurada».
Más tarde ese mes, el norcoreano invitó a Joon-ki a su casa, un gran paso en su amistad. El hombre había estado sufriendo de problemas hepáticos durante algún tiempo, por lo que Joon-ki le llevó más medicamentos. Al entrar en la casa fue recibido por las fotografías de tres dictadores comunistas sucesivos de Corea del Norte: Kim Il Sung, Kim Jong Il y Kim Jong Un. Varios libros sobre el juche estaban apilados sobre una mesa, y los expedientes de las mujeres de su unidad estaban esparcidos por la habitación.
Joon-ki sabía que su reunión iba en contra de todo lo que se enseñaba en los libros apilados sobre la mesa. «Los norcoreanos tienen prohibido reunirse con extranjeros, incluso con chinos Han en China —dijo—. No importa quiénes sean. Por lo cual, si abren su casa y traen a un extranjero, eso es realmente peligroso. Puso su vida en riesgo».
Joon-ki continuó visitando al hombre en su casa, orando con él y hablando de las Escrituras, y, finalmente, el hombre comenzó a leer la Biblia y a escuchar sermones por su cuenta. Por fin, después de meses de conversaciones, el hombre que una vez había prometido lealtad al Gobierno de Corea del Norte confesó su necesidad de la obra expiatoria de Cristo en la cruz.
Su declaración de seguir a Jesús no fue a la ligera; sabe que probablemente lo matarán si alguien en Corea del Norte sospecha que es cristiano. Y en un país donde robar es casi una necesidad para sobrevivir, sabe que debe dejar de robar para obedecer la Palabra de Dios. Y eso por sí solo podría ser visto como sospechoso.
«Tiene que vivir la vida de un cristiano, y eso está realmente en contra del estilo de vida norcoreano», dijo Joon-ki.
En diciembre de 2018, al final de su asignación de tres años en China, el hombre regresó a Pyongyang. Aunque se ha reunido con su familia, no es el mismo hombre. Ahora lleva voluntariamente una cruz, lo que conlleva graves consecuencias si se le descubre como cristiano.
Joon-ki ora por una manera de encontrarse con su amigo en Pyongyang, y si la puerta se abre alguna vez, él estará allí. Por ahora, introduce cartas a Corea del Norte para animarlo, sabiendo que su comunión no ha terminado porque ahora son hermanos en Cristo.