A los 25 años, Abdul había logrado su objetivo de convertirse en imán. Casi al mismo tiempo, también comenzó a enseñar árabe, el idioma del Corán y otros textos islámicos, a jóvenes estudiantes en Bangladés. Después de estudiar y enseñar los textos durante los siguientes 25 años, se sintió atraído por el profeta Isa (Jesús), mencionado en el Corán. Aunque nunca había leído una Biblia, Abdul sintió que tenía que haber más acerca de Jesús que lo que había aprendido a través de sus estudios islámicos. Una noche, mientras manejaba su bicicleta, Abdul, que para ese momento tenía 50 años, se encontró por varios minutos con lo que parecía ser una luz brillante y se vio obligado a detener su bicicleta debajo de un árbol. Luego oyó una voz que le hablaba. “Era claro que alguien me hablaba —recordó Abdul—. Me quedé allí y no vi nada. No tenía miedo, pero me quedé allí y escuché”.

“No vayas por este camino; toma este otro”, dijo la voz. Confundido, se fue a casa en su bicicleta. Algún tiempo después, mientras caminaba solo por la noche, volvió a escuchar la voz. “Hay tantos profetas, tantos que han muerto —dijo la voz—. Pero yo estoy vivo y voy a volver. Yo soy la luz; Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Aunque sentía que se estaba volviendo loco, Abdul se dio cuenta de que Jesús le había estado hablando. Fue entonces cuando comenzó a seguir el camino espiritual hacia Cristo, una decisión que lo llevó a discutir con su familia acerca de la importancia de Jesús. “No había otra cosa importante en mi vida —dijo—, ni mi familia ni mi propiedad. No importaban. Mi único deseo era saber más acerca de Jesús. En mi corazón, podía hablar con Él”. Abdul siguió siendo líder en su mezquita por tres años más, hasta que conoció a un pastor local. El pastor compartió el Evangelio con él, le dio un Nuevo Testamento y respondió sus dudas acerca de Jesucristo. Abdul pronto fue bautizado, y cuando escuchó acerca de la Gran Comisión, se comprometió a obedecer. “Al ser bautizado —dijo— fui a mi aldea y compartí el Evangelio”.

Abdul primero compartió el Evangelio con los imanes que conocía, pero se enojaron por lo que les estaba diciendo. Entonces, los imanes solicitaron una reunión con Abdul y su familia. No fue sorprendente que le preguntaran a Abdul por qué había rechazado el islam para seguir a Jesucristo. Abdul les dijo que ya no podía seguir a Mahoma, explicando que él y todos ellos eran unos pecadores con necesidad de un Salvador. La esposa, el hijo y los hermanos menores de Abdul lo repudiaron; su hermano mayor se quitó la sandalia y lo golpeó con ella, un gesto profundamente ofensivo en la cultura islámica; y el sobrino de Abdul pidió un castigo más severo. “¡Por favor, mátenlo porque ahora es un problema para nuestra familia! —dijo el sobrino de Abdul—. Cuando vayamos al mercadillo, la gente dirá: ‘Tu tío es cristiano’. ¡Esto es vergonzoso para nosotros!”. El sobrino salió y luego volvió con algunos palos de bambú. La familia observó cómo golpeaba a Abdul con los palos, rompiéndole ambas piernas. Después de pasar muchos días en el hospital y tomar tiempo para curarse de sus heridas, Abdul se mudó a otra aldea.

Cuando el sobrino se enteró del cambio de domicilio de Abdul, informó a los miembros de un grupo islámico radical, y pronto fueron a la casa de Abdul. Lo llevaron a su cuartel general, lo pusieron en una pequeña habitación y le informaron que permanecería allí hasta que abandonara el cristianismo. “Jesús está en mi corazón —dijo Abdul—. ¿Cómo puedo sacarlo de ahí?”. Una noche, mientras Abdul dormía en el suelo, dos hombres con cuchillos entraron en la habitación y le exigieron que dejara a Cristo. “Muchos profetas, como Mahoma, han venido, y todos han muerto —les dijo Abdul—. Solo Jesucristo está en el cielo. Él vendrá otra vez, y se llevará a quienes lo estemos siguiendo. Estoy convencido de que Él es nuestro Salvador y que podemos ir al cielo con Él”. Poniendo un cuchillo en el pecho de Abdul, uno de los hombres amenazó con matarlo. “No hay problema —dijo Abdul confiadamente—. Estoy listo”. Frustrados por su incapacidad para intimidar a Abdul, los dos hombres abandonaron la habitación. Después, cuando Abdul notó que su guardia dormía, él también salió de la habitación y escapó. Seis meses después, el líder del grupo se presentó en la casa de Abdul, paralizado de su lado derecho. Atribuyendo la parálisis a su maltrato a Abdul; el hombre estaba lleno de arrepentimiento. “Por favor, perdóname —le suplicaba a Abdul—. He actuado mal”. Abdul perdonó al hombre, y unos meses más tarde se enteró de que el hombre había sido sanado.

“Quienes creen en el Señor Jesús como su Salvador tienen la responsabilidad de compartir el Evangelio con los demás. Es importante... compartir nuestra fe”.

“Quienes creen en el Señor Jesús como su Salvador tienen la responsabilidad de compartir el Evangelio con los demás. Es importante… compartir nuestra fe”. Cerca del 90% de los bangladesíes son musulmanes, mientras que menos del 0,5% son cristianos. Los que se convierten del islam son perseguidos por las autoridades musulmanas locales, por grupos islamistas, sus familias y sus comunidades.

Abdul todavía batalla para caminar debido a la golpiza que le dio su sobrino, pero continúa proclamando el Evangelio a los musulmanes en su aldea. Y a pesar del sufrimiento emocional y físico que ha soportado, dijo que la persecución solo le ha ayudado a acercarse más a Cristo. “Ahora mi fe es más fuerte”, dijo. Abdul anima a todos sus hermanos y hermanas en Cristo a comprometerse con la Gran Comisión. “Quienes creen en el Señor Jesús como su Salvador tienen la responsabilidad de compartir el Evangelio con los demás. Es importante… compartir nuestra fe”, recalcó. Solo pide que oremos por su salud y por fortaleza para compartir el Evangelio. “Cuando muera físicamente, descansaré. Por ahora, no pienso detenerme”, afirmó”.

El imán que encontró a Jesús
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