Si la reina y el arzobispo se hubieran salido con la suya, el predicador puritano John Penry simple y silenciosamente hubiera desaparecido de la faz de la Tierra. ¿Por qué si no sería arrastrado de repente, aproximadamente a la hora de la cena, de su celda cerca de Old Kent Road y se le diría que se preparara para la muerte? ¿Por qué si no se erigió tan rápidamente el cadalso y el comisario ordenó negar al condenado una cortesía habitual: un discurso de despedida afirmando su inocencia y lealtad? ¿Por qué si no, aparte del puro odio, el padre de cuatro hijas pequeñas sería condenado como un traidor sobre la base de escritos nunca publicados o presentados al público? Penry nació en una granja cerca de Llangammarch, Cefn Brith, Gales, y se convirtió temprano en su vida a la fe protestante. En Inglaterra, ser un buen protestante era ser miembro de la Iglesia de Inglaterra, la cual reconocía a la reina como su cabeza. Un protestante impropio era parte de un movimiento de la iglesia disidente o libre, lo cual equivalía a la deslealtad a su majestad, potencialmente un acto de traición. Ese potencial podría ser una herramienta poderosa

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Categorías: Historia