Convencida de que la ley intolerante de la Colonia de Massachusetts, la cual desterró a los cuáqueros, violaba la ley de Dios, Mary Dyer no se quedó callada ni se alejó. Dyer era cuáquera, y los cuáqueros creían que Dios podía comunicarse directamente con nosotros y que se podía tener la seguridad de la salvación. Esto fue considerado herejía por los puritanos de Massachusetts, por lo cual, la desterraron de la colonia. Dyer desafió esa ley con una persistencia que finalmente llevó a las autoridades a una decisión crítica: estar de acuerdo con Dyer y cambiar la estructura social de la colonia o silenciarla. Mary Dyer murió en la horca el 1 de junio de 1660, por afirmar su posición contra el gobierno que persiguió su fe cuáquera. «No, hombre —dijo al final—, no estoy ahora para arrepentirme». Dyer tenía otras alternativas. Por un lado, estaba casada con un respetado funcionario colonial, William Dyer, quien más de una vez la había rescatado de la cárcel de Massachusetts a través de sus conexiones políticas. Él también era cuáquero, pero menos militante que ella, quien nunca esquivó una lucha por la libertad religiosa, especialmente cuando su «luz interior» —la voz de Dios
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