De chico, en Pakistán, Abdul vivió bajo la estricta ley islámica dentro de una cultura de vergüenza opresiva. Su tío, el jefe de su familia extendida, era un líder islámico de la comunidad, y el Corán era la fuente de la máxima autoridad sobre su vida.

Sin embargo, a medida que Abdul crecía, comenzó a preocuparse por dónde pasaría la eternidad. A menudo pensaba en el cielo, y discutía sobre la otra vida con su tío, pero su tío simplemente le aseguró que llegaría allí.

«Sabes que estás haciendo un buen trabajo —le dijo a Abdul—. Irás al cielo». En lugar de brindarle consuelo, las palabras de su tío lo ofendieron. Sabía que no había vivido una buena vida, incluso conforme a sus propios estándares. Y seguramente los estándares del cielo eran más altos que los suyos, pensó. La visión islámica del cielo de repente le pareció barata a Abdul.

Después de más conversaciones sobre el islam con familiares, el disgusto de Abdul con su vida se hizo tan intenso que quiso suicidarse. Afligido, compartió sus sentimientos y oscuras intenciones con un amigo. Para sorpresa de Abdul, su amigo musulmán lo desafió a tomar un curso bíblico por correspondencia que había estado tomando.

Abdul se inscribió en el curso y pronto recibió las primeras lecciones. Todo tenía sentido para él hasta que llegó a Romanos 8:1: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu».

Esa declaración sacudió la comprensión de Abdul de Dios, el juicio y el cielo. El concepto de gracia que presentaba era tan extraño para él que inicialmente pensó que era un error.

Pero cuanto más estudiaba las Escrituras, mejor entendía las enseñanzas distintivamente cristianas acerca de la misericordia y la gracia de Dios. Por fin, en 2005, llegó a una conclusión: valía la pena dejar el islam por Jesucristo. Abdul puso su fe en Cristo y fue bautizado, sin darse cuenta de la persecución que su decisión traería.

Rechazado por su familia

Tres meses después de convertirse en cristiano, Abdul decidió compartir el evangelio en su aldea. Pasó dos semanas en oración y preparación antes de comenzar a contarles a amigos y extraños acerca de Jesús. Entonces, un día llegó a casa y vio a un grupo de personas reunidas afuera. En el interior, sus padres, hermanos y otros familiares estaban sentados esperándolo.

Mientras había estado compartiendo el evangelio, algunos aldeanos le habían reportado su trabajo de evangelización a su familia. Abdul inmediatamente sintió la tensión al estar de pie frente a su familia, y luego su tío, quien también vivía con su familia, le apuntó con un arma.

«¡Debe ser expulsado de la casa! —dijo su tío entre lágrimas—. ¡De lo contrario, lo mataré!». El tío de Abdul avanzó con fuerza hacia él, y la culata del arma golpeó el hombro de Abdul mientras sus hermanos intentaban alejarlo.

«Si vuelves a ser musulmán, te perdonaremos», prometió el padre de Abdul. Pero Abdul, abrumado por la emoción, se aferró a su fe cristiana. «Les pido que se conviertan en cristianos para que puedan tener salvación», respondió.

Al darse cuenta de que Abdul no iba a regresar al islam, su familia lo echó de la casa. Abdul no tenía dónde quedarse, así que después del anochecer, cuando la mayoría de la gente estaba en la cama, regresó a casa de sus padres y se subió a la azotea para dormir. Al amanecer del día siguiente, alrededor de las 5 a.m., bajó y se fue de la casa. Siguió el mismo patrón al día siguiente… y todos los días durante los seis años que siguieron.

«Era fácil en el verano, pero muy difícil durante el invierno —dijo—. Siempre guardaba unas cerillas en mi bolsillo para hacer una fogata y calentarme».

Cada vez que se encontraba sufriendo por el clima o la soledad, hacía una simple oración: «Gracias, Dios. Todo esto se trata de Ti y para Ti».

EVANGELISTA INCANSABLE

A lo largo de los seis años que Abdul durmió en la azotea de sus padres, compartió continuamente el evangelio con todos los que pudo. Como era el único cristiano en una zona que incluye docenas de aldeas, la cosecha fue abundante. Cuando no estaba vendiendo periódicos para ganar dinero, estaba hablando con la gente en las aldeas vecinas y visitando a los trabajadores en el campo. Y cada mañana, caminaba dos millas con un hombre que hacía el viaje diario para llevarle leche a su familia; discutían las Escrituras a cada paso del camino.

Man walking through a city

Abdul ha llevado a diez hombres a Cristo hasta ahora, y otros treinta han mostrado interés en saber más. Sin embargo, no todos están abiertos a su mensaje; Abdul recibe frecuentes amenazas de muerte de líderes islámicos debido a su evangelismo. Pero a pesar de las amenazas, continúa sirviendo como el único evangelista de su comunidad, y VOM apoya a Abdul como un trabajador del frente.

Seis años después de que Abdul comenzara a dormir en la azotea de la casa de sus padres, su madre empezó a escuchar noticias sobre él de otros aldeanos. En un momento dado, después de enterarse de que estaba enfermo, instó a su esposo a perdonar a Abdul. El padre de Abdul cedió, y le permitió que se mudara a una habitación separada que agregó a la casa.

Sin embargo, tan pronto como Abdul se mudó, su tío de 80 años lo maldijo por abandonar el islam. Una noche, su tío se escurrió en su habitación mientras Abdul estaba fuera de la ciudad y quemó sus Biblias. Luego, cuando el padre de Abdul murió, en 2012, su tío se negó a dejarlo asistir al funeral. «Eres cristiano y no crees en Alá, así que vete de aquí», le dijo su tío.

Abdul no se ha dado por vencido con su tío a pesar del acoso continuo. Si bien el abuso verbal continúa hoy, la respuesta estándar de Abdul es una sonrisa amable. «Estoy orando por mi tío para que pueda recibir la salvación antes de morir», dijo Abdul.

Abdul planea casarse con una chica cristiana que conoció en otra parte de Pakistán, pero su familia no estará allí para apoyarlo. Espera que su esposa colabore con él en el ministerio para alcanzar a las mujeres con quienes no puede hablar en su estricta cultura islámica.

Aunque sigue recibiendo amenazas de muerte, acepta la tensión en su vida como parte de su fe. Si las amenazas se hacen realidad, tampoco tiene problemas con eso. Ahora sabe con certeza a dónde irá cuando muera.

«Sé que tengo que morir —dijo—, pero antes de morir quiero compartir las buenas noticias de que la gente no tiene que ir al infierno. Pueden ir al cielo».

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