Familia de Chiapas exiliada de su aldea por rechazar adoración de ídolos
Sur De México
Feliciano había recibido la orden de comparecer en una asamblea comunitaria para que los otros líderes pudieran interrogarlo sobre las nuevas ideas que había estado enseñando en El Avellanal, Chiapas. «¡Usted ha cambiado su manera de pensar! —le dijeron acusándolo—. Habla como evangélico».
A los 52 años, Feliciano Ruiz Cruz estaba contento con su vida. Tenía una buena esposa y ocho hijos. Él y sus tres hijos mayores, todos casados, cultivaban sus tierras y mantenían a toda la familia. Feliciano era uno de los cuatro líderes laicos en su iglesia católica tradicionalista local. También era miembro del grupo rebelde zapatista de izquierda y un miembro respetado de su comunidad.
Todo eso cambió un día de abril de 2013. Mientras leía la Biblia, fue convencido por el Espíritu Santo de que su adoración de ídolos era pecaminosa. Se dio cuenta de que la adoración idólatra de santos y dioses en su iglesia tradicionalista estaba mal, y pronto le comenzó a enseñar a los demás lo que había aprendido.
Otros en la comunidad comenzaron a darse cuenta, y sus tres colíderes en la iglesia le pidieron que compareciera en la asamblea comunitaria de El Avellanal para responder sus preguntas. La región alrededor de El Avellanal se oponía tanto a los evangélicos que diez comunidades habían colocado carteles que les prohibían la entrada a los pastores o a los evangélicos.
RECHAZO A LAS TRADICIONES DE LOS HOMBRES
Feliciano compareció en la asamblea con toda su familia, todos los cuales habían renunciado a la adoración de ídolos y se habían comprometido a cambiar su vida. La comunidad estaba horrorizada. Feliciano y su familia estaban rechazando toda su forma de vida: su identidad como miembros de la tribu tzeltal, como tradicionalistas y como revolucionarios.
Feliciano y sus tres hijos mayores fueron arrestados de inmediato por la policía comunitaria y multados con 500 dólares cada uno. Fueron encerrados en las cárceles de la comunidad (estructuras rústicas en la plaza del pueblo) donde fueron sometidos a la vergüenza pública.
Dos de ellos fueron encerrados en una cárcel, mientras que los otros dos fueron encerrados en otra. Durante siete días, los miembros de la comunidad pasaron para burlarse de ellos. «¡Vuelve a nuestra fe, Feliciano! —le decían—. ¡Aún hay tiempo!». Pero Feliciano y sus hijos permanecieron firmes. En lugar de repensar su decisión, pasaron tiempo orando y leyendo la Biblia que su familia introdujo de contrabando a la cárcel para ellos. Los líderes comunitarios no les proporcionaban comida, por lo que los miembros de la familia también les trajeron pozol, una bebida tradicional hecha de cacao y maíz.
EXPULSADOS DE LA COMUNIDAD
Los hombres fueron liberados después de siete días en la cárcel. Debido a que se negaron a regresar a la práctica tradicionalista, los líderes comunitarios les dijeron que habían perdido su derecho a vivir en la comunidad. Pero Feliciano y sus hijos les dijeron a los líderes que no dejarían sus hogares ni sus campos. Los enfurecidos líderes de la comunidad comenzaron a gritarles, amenazarlos, empujarlos y perseguirlos con palos. Finalmente, sacaron a Feliciano y a sus hijos de la ciudad, pero regresaron al día siguiente.
A medida que la vida en El Avellanal se hacía cada vez más difícil, Feliciano buscó asistencia legal del departamento religioso en la cabecera municipal. Obtuvo permisos que indicaban que se le permitía vivir legalmente en El Avellanal, pero cuando presentó su documentación a los líderes de la comunidad, le arrancaron los papeles de las manos y los rompieron.
Desanimado, buscó el consejo de un pastor cercano y de un contacto de VOM en la región. Alentaron a Feliciano a ir a la capital del estado para obtener la aprobación por escrito de permanecer en su casa. Nuevamente obtuvo la documentación adecuada, pero cuando regresó a El Avellanal esta vez fue golpeado gravemente por miembros de la comunidad.
Aunque se emitieron órdenes de arresto para quienes lo golpearon, sus atacantes nunca fueron arrestados.
Un día, los miembros de la comunidad le dijeron a la familia que iban a quemar sus casas si no se iban. La comunidad les dio a Feliciano y a su familia seis semanas para mudarse, lo que les permitió reasentarse en una montaña cercana, donde serían libres de practicar su fe.
PERDER TODO PARA GANAR A CRISTO
Tuvieron que dejarlo todo: sus casas, sus tierras y sus cultivos. Para vivir en la empinada ladera de la montaña, primero tuvieron que nivelar la tierra. Luego construyeron cuatro casas sin acabados y colgaron una lona para su lugar de culto. Sus esfuerzos se vieron obstaculizados por el hecho de que nadie en El Avellanal quería venderles madera. Después de preparar la tierra y construir las paredes de sus casas sencillas, VOM les ayudó a comprar techo de lámina corrugada y pagó para que tuvieran electricidad y suministro de agua.
A lo largo del año que duró esa experiencia, Feliciano nunca deseó salir de El Avellanal. Él y su familia continúan orando para que la comunidad se vuelva al Señor y deje las «tradiciones de los hombres» por los mandamientos de Dios. Feliciano dijo que Marcos 7:7-8 son sus versículos favoritos. Dijo que los que lo corrieron pueden ser «cambiados y lavados por la sangre de Cristo».
Espera que los letreros que les prohíben la entrada a los cristianos algún día sean eliminados y que todos puedan adorar a Dios públicamente.
«Un día habrá libertad en El Avellanal —dijo—. Todo ha valido la pena. Solo desearíamos [habernos convertido en evangélicos] antes por el bien de nuestros hijos. He aprendido que Dios es fiel. Nos quitaron nuestras casas; ahora tenemos un lugar donde vivir. Nos quitaron nuestra cosecha, y Dios nos dio qué comer a través de muchos siervos. Nos encarcelaron, pero conocemos la verdadera libertad».