Chet Bitterman llegó sabiendo lo que hacía. Sabía que compartir el evangelio podría ser costoso. Podría costarle todo. Pero con toda disposición partió a Colombia para llevar las Buena Nuevas. «… con frecuencia llego a pensar que quizá Dios me llamará a ser martirizado en Su servicio en Colombia. Estoy dispuesto». Bitterman escribió esas palabras en su diario antes de que él y su esposa, Brenda, llegaran a Colombia. La devoción de Bitterman por su Salvador era clara: «Estoy dispuesto».

Cuando los pistoleros entraron a la casa de huéspedes de los Traductores de la Biblia Wycliffe en Bogotá, Colombia, a primera hora de la mañana del 19 de enero de 1981, buscaban al líder de la misión, a un rehén de mayor nivel cuyo cautiverio podría ayudar de alguna manera a su causa. En su lugar encontraron a Chester A. Bitterman III, «Chet» para sus amigos. Al día siguiente, el presidente Ronald Reagan tomó posesión de su cargo y los rehenes estadounidenses abandonaron Irán tras 444 días de cautiverio. Su calvario había terminado, pero el de los Bitterman apenas comenzaba.

No llevaban mucho tiempo en Colombia. Tenían todavía por delante su carrera misionera y su trabajo como traductores. Habían asistido a la escuela de idiomas y colaborado en diversas tareas para Wycliffe como la administración de la casa de huéspedes, la compra de los bienes que necesitaban los trabajadores de la misión e incluso habían servido como operadores de radio. Finalmente, parecía que Dios les estaba abriendo la puerta para trasladarse a la selva con la tribu de los indígenas Carijona con el fin de comenzar el estudio de la lengua y, finalmente, el trabajo de traducción. En los días anteriores a que los terroristas del M-19 secuestraran a Bitterman, él había estado recorriendo ferreterías y tiendas de suministros de construcción para hacer acopio de materiales para su traslado con los Carijona.

Las exigencias de los terroristas eran dos. En primer lugar, querían que sus opiniones se publicaran en varios de los principales periódicos del mundo. La segunda exigencia era que todos los trabajadores de la misión de Wycliffe se fueran de Colombia en treinta días o Bitterman moriría. La postura de Wycliffe era clara: la obra a la que Dios los había llamado en Colombia no estaba completa, y no podían abandonar el esfuerzo. Bitterman no querría que se marcharan cuando había tanta gente que todavía no podía leer la Palabra de Dios en el idioma de su corazón.


Las negociaciones se desarrollaron dando pequeños pasos hacia delante y hacia atrás. Brenda y sus dos hijas pequeñas (una apenas tenía la edad para caminar) esperaban y oraban y seguían esperando. Oraban para que Bitterman recordara las Escrituras que había memorizado fielmente. Los guerrilleros mantuvieron su postura de que Wycliffe debía marcharse; Wycliffe aceptó marcharse cuando su trabajo de traducción estuviera terminado, dentro de más de una década. Sus captores publicaron una carta de Bitterman. Sus palabras no transmitían desánimo y preocupación, sino un emocionante sentido de misión y posibilidad:

El Señor me trajo a la mente 2 Corintios 2:14: «Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús». La palabra «triunfo» se utilizaba en los desfiles de la victoria en Roma cuando los soldados eran recibidos en casa por las multitudes después de una batalla exitosa […] He tenido mucho tiempo libre para pensar en cosas como los tres amigos de Daniel […] y la experiencia de Pablo y Silas en la cárcel de Filipos. En el caso de los amigos de Daniel, Dios hizo algo muy inusual a través de su poder con un propósito específico para que, a través de todo, todas las personas involucradas aprendieran (es decir, que fueran corregidas sus ideas equivocadas) sobre Él. El resultado de la experiencia fue que todos aprendieron quién era Él. Recuerda a Pablo y a la Guardia Pretoriana. Mantén esto en tus pensamientos. ¿No sería estupendo que ocurriera algo especial como eso?

Brenda se emocionó al ver que sus oraciones eran atendidas. Bitterman estaba recordando las Escrituras. Incluso mientras estaba secuestrado, la obra del Señor se estaba llevando a cabo. Los informes de los medios de comunicación colombianos sobre el trabajo de Wycliffe incluían referencias al mensaje del evangelio y arrojaban una luz positiva sobre los trabajadores cristianos. Los versículos de la Biblia que Bitterman había mencionado en su carta se publicaron en los periódicos colombianos. La Palabra estaba difundiéndose. En la mañana del 7 de marzo, cuarenta y ocho días después del secuestro de Bitterman, su vida terminó con un disparo en el pecho. Su cuerpo fue abandonado en un autobús.

Un sedante en su sangre sugiere que es probable que no haya sentido dolor. Y aún así el mensaje se difundió, incluso después de su muerte. Una entrevista radiofónica con los padres de Bitterman se emitió en numerosas ocasiones en todo el país. «Siento no volver a ver a Chet en esta vida —dijo su padre—, pero sé que lo volveré a ver en el cielo». Continuó diciendo lo mucho que Bitterman amaba al pueblo colombiano. Su madre dijo que, a pesar de que su hijo había sido asesinado, seguía amando a Colombia y a su gente. «Esperamos que los guerrilleros lleguen a conocer a Dios», dijo.

Bitterman fue enterrado en Loma Linda, la base de Wycliffe donde vivió y trabajó. Ser sepultado en suelo colombiano comunicaba su propio mensaje de amor por esa tierra y su gente. En los servicios hechos en su memoria en todo el mundo, hombres y mujeres dieron un paso al frente para responder al llamado de Dios al servicio a tiempo completo para ocupar el lugar de Bitterman en el peligroso frente del trabajo ministerial. Las solicitudes de ingreso a Wycliffe se dispararon en los meses posteriores a su muerte.

«¿No sería estupendo que ocurriera algo especial como eso?».

Las palabras de Bitterman tienen ecos de profecía. Ha ocurrido algo especial. La Palabra de Dios fue esparcida; los corazones de la gente fueron tocados y cambiados. Gracias a que un hombre dio su vida por su Salvador, muchas vidas cambiaron. La avalancha de bendición y ministerio comenzó con dos palabras: «Estoy dispuesto».

Historias de mártires cristianos: Chester A. «Chet»Bitterman III
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