Historias de mártires cristianos: Francisco Montoya
Colombia
Los gritos de alegría de los niños se escuchaban desde la calle. El padre Francisco Montoya se reía con ellos con una sonrisa de oreja a oreja. El sacerdote local estaba haciendo trucos de ilusionismo para los niños, deleitándose con las sonrisas que irradiaban de sus rostros. Este era el momento favorito de Montoya.
Montoya llamó a los niños y les hizo sentarse mientras sacaba su clarinete. Los niños se sentaron hipnotizados mientras la hermosa música penetraba el aire y les llegaba al alma. Los adultos también se reunieron alrededor y dejaron que los sonidos los envolvieran.
Montoya dejó de tocar el clarinete y comenzó a contar la historia de Jesucristo. La gente de Quibdó, Colombia, necesitaba escuchar el mensaje del evangelio más que la música. Dios utilizó la música para atraer a la gente y abrir sus corazones, y Montoya estaba ahora preparado para compartir las Buenas Nuevas con ellos.
Al día siguiente, Montoya se levantó temprano para asistir a los servicios y comenzó a caminar desde Quibdó (capital del departamento del Chocó) hasta el pueblo de Nóvita. Viajaba a pie por toda la región, llevando las pertenencias necesarias en una cesta típica indígena. El tiempo pasó rápidamente mientras Montoya caminaba con paso firme por la carretera.
De repente, un hombre corrió hacia él y lo tomó del brazo derecho. Montoya se apartó, pero pronto llegó otro hombre que lo tomó del otro brazo. Aparecieron otros, y ya no hubo esperanza de que Montoya escapara.
La zona que visitaba estaba bajo el control de la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), y había entrado en ella con su autorización. Los guerrilleros sabían que era un trabajador religioso, pero también sospechaban que fuera un informante del ejército. A través de los diversos terrenos llevaron a Montoya a la fuerza de pueblo en pueblo y, finalmente, a una base de montaña en otra región del país. Lo obligaron a que se arrodillara, los hombres lo miraron fijamente, le apuntaron con una pistola y le gritaron falsas acusaciones e insultos. Sin ninguna prueba o incluso investigación de su supuesto espionaje, Montoya fue asesinado con un solo disparo en la cabeza.
Al no saber nada de él días después, su congregación se preocupó. Un grupo de la iglesia fue enviado a buscarlo y se encontró con los guerrilleros de las FARC, quienes confesaron descaradamente haberle disparado. Los guerrilleros habían enterrado su cuerpo en las montañas. A nadie se le permitió ver su tumba.
Bajo el control de la guerrilla de las FARC no se permiten los servicios religiosos organizados. Muchos líderes eclesiásticos han intentado negociar con los guerrilleros, les han dicho que no tienen intención de crear problemas, que simplemente quieren ministrar, pero sus ruegos han caído en saco roto.
que lo enviara a ejercer su ministerio en esa peligrosa región. El riesgo era grande, pero la necesidad de que la gente escuchara el evangelio era mayor. Armado solo con el amor de Dios y la convicción de servir, dejó la seguridad de la ciudad para ejercer su ministerio en comunidades rurales controladas por la guerrilla. La fe se impuso al miedo y Francisco Montoya demostró el amor más grande de todos.