Historias de mártires cristianos: Hugh McKail
Escocia
Era joven y valiente, un escocés que creía que ningún ser humano, campesino o rey, era cabeza de la iglesia de Cristo, sino solo Cristo. Hugh McKail lo dijo en el último sermón que predicó el domingo antes de que todos los covenanters presbiterianos fueran depuestos a favor del episcopado de Carlos II. Sus palabras ese día fueron alimento para la gente, pero veneno para el estado. El joven pastor McKail huyó a Europa y a un lugar seguro.
Prácticamente nada se sabe del nacimiento y niñez de McKail. Después de estudiar en la Universidad de Edimburgo, fue ordenado a los veinte años, solo un año después de que Carlos II hubiera rejuvenecido la monarquía tras el experimento fallido de Oliver Cromwell de la soberanía popular.
Si McKail se convirtió en un combatiente es incierto, pero con toda certeza conocía a los capitanes covenanters y probablemente viajó con ellos. En noviembre de 1666 fue capturado y torturado para obtener información que aparentemente retuvo a pesar de que le clavaron una cuña de metal con un martillo en una pierna, lo cual le hizo pedazos el hueso.
Un mes después, el 18 de diciembre, fue juzgado junto con otros presos y condenado a la horca. Durante los siguientes cuatro días se preparó para la muerte, compuso una elocuente despedida para ir a la horca y le pidió a su padre, quien estaba con él para una última cena la noche antes del ahorcamiento: «Deseo de ti, como el mejor y último servicio que puedas hacerme, ir a tu aposento y orar fervientemente al Señor para que esté conmigo en el cadalso; porque me preocupa cómo me conduciré; incluso que pueda ser fortalecido para resistir hasta el fin». Luego le pidió a su padre que lo dejara, o de lo contrario despertaría emociones que desviarían su propósito para el día siguiente.
En la horca, McKail habló con cierta extensión, rogando a la audiencia que escuchara sus «pocas palabras», ya que sus años en la tierra también habían sido pocos. Al final de su testimonio y amonestación de valentía, dijo:
Y ahora dejo de hablar más a las criaturas, y dirijo mi discurso a ti, ¡oh Señor! Y ahora comienzo mi relacióncon Dios, que nunca se romperá. Adiós, padre y madre, amigos y parientes; adiós al mundo y todas las delicias; adiós, carne y bebida; adiós, sol, luna y estrellas. Bienvenido, Dios y Padre; bienvenido, dulce Señor Jesús, el Mediador del nuevo pacto; bienvenido, bendito Espíritu de gracia, y Dios de toda consolación; bienvenida, gloria; bienvenida, vida eterna; bienvenida, muerte.
Luego McKail subió la escalera a la cuerda que lo esperaba y oró durante algún tiempo antes de que el verdugo lo liberara a la gravedad y al Cielo. Se dijo que Carlos II había enviado una carta de indulto que el arzobispo Burnet de Glasgow había ocultado para que McKail y otros covenanters murieran. Era una década peligrosa para ser un cristiano de iglesia libre en Escocia.
McKail era escocés. No podía viajar para siempre ni ignorar su llamado a la iglesia escocesa. Cuatro años escondido fueron suficientes. Regresó a Galloway para observar y esperar. Cuando sus compañeros covenanters tomaron espadas y garrotes contra los británicos, no podía contentarse con sentarse en silencio en su hogar.