Cuando las piedras llovieron sobre él, no sabemos lo que dijo, pero tuvo buenos ejemplos que seguir. Y el legado de su muerte permanece con nosotros incluso hoy.

Entre el «trío de Jacobos» del Nuevo Testamento, Jacobo, hijo de Alfeo (o Jacobo el «Menor»), tiene el perfil más pequeño. No recibe crédito por una sola pregunta, comentario o acción durante sus años con Cristo. Simplemente, era uno de los doce. Este Jacobo nunca se destacó por hacer el ridículo o recibir alabanza. Jacobo, hijo de Zebedeo (el «Grande»), y Jacobo (Santiago), hijo de José, ambos tuvieron papeles mucho más prominentes en la historia de todos los tiempos. Jacobo, hijo de Zebedeo, fue uno de los famosos Hijos del Trueno entre los discípulos. Jacobo (Santiago), hijo de José y medio hermano de Jesús, con el tiempo tomó un papel de liderazgo significativo en la iglesia de Jerusalén. Pero Jacobo, hijo de Alfeo, vivió en el telón de fondo de la historia.

En algún momento, la tradición nos dice que los apóstoles se asignaron ciertas áreas del mundo como destinos para evangelizar. Siria fue la misión de Jacobo el Menor. Durante las primeras persecuciones de cristianos en Jerusalén, uno de los destinos de escape más populares era Damasco en el sur de Siria. Tanto así que, cuando Saulo comenzó a quedarse sin creyentes para perseguir en Jerusalén, puso su mirada en Damasco como una concentración de cristianos donde podría hacer una redada para obtener prisioneros. Afortunadamente, Dios tenía otros planes. Los que habían sido escogidos para sufrir en Damasco terminaron dando refugio a Saulo después de su confrontación con Jesús camino a la ciudad.

En Jerusalén, la persecución estaba generando lo que la obediencia pura no había logrado. Finalmente, el ejemplo audaz de Pablo y los éxitos de aquellos como Pedro y Felipe, quienes habían sido dirigidos a salir de Jerusalén en misiones específicas, comenzaron a superar la inercia. Las últimas palabras de Cristo: «Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:8), estaban haciéndose realidad de una manera u otra.

La misión de Jacobo en Siria fue recibida por tres audiencias: los creyentes trasplantados como Ananías, quienes probablemente habrían recibido a alguien con credenciales apostólicas; los judíos trasplantados, quienes sospecharían de Jacobo como un alborotador; y la cultura mixta más amplia típica de un territorio en una ruta comercial importante. Al parecer, los judíos de Siria rechazaron la predicación de Jacobo y lo apedrearon hasta la muerte.

Otro relato dice que fue nombrado el primer obispo de la iglesia de Jerusalén poco después de la muerte de Cristo. Este relato dice que el sumo sacerdote Ananías lo convocó ante los jueces para negar que Jesús es el Cristo. Fue puesto en el pináculo del templo donde debía negar a Cristo ante el pueblo. En cambio, proclamó con valentía que Jesucristo es el Mesías prometido. Las multitudes alabaron a Dios. Sin embargo, Jacobo fue lanzado al suelo y apedreado. Pero la caída y la lapidación solo le rompieron las piernas, por lo que de rodillas oró a Dios por los que lo estaban atacando, diciendo: «Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Entonces lo golpearon en la cabeza y murió.

Jacobo contribuyó con la expansión del evangelio hacia Oriente, lo cual con el tiempo dejó un brazo duradero de la iglesia en el extremo distante de la arqueada ruta comercial que conectaba Jerusalén y Damasco en el oeste con el antiguo Iraq en el este. El evangelio viajó aún más al este hasta la India, abriéndose paso hacia lo último de la Tierra.

«Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte» (Apocalipsis 12:11).

Historias de mártires cristianos: Jacobo el Menor
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