Historias de mártires cristianos: John Brown
Escocia
John Brown era un granjero escocés lleno de pasión por Cristo. Provenía de la patria de los lolardos, la Comarca de Ayr. Criado en la fe reformista y de la Iglesia libre, Brown era un amigo cercano de Richard Cameron, llamado el León del Pacto, y de Alexander Peden, llamado el Profeta del Pacto. En la boda de Brown, en 1685, Peden le dijo a la nueva señora Brown: «Tienes a un buen hombre para que sea tu marido, pero no lo disfrutarás mucho tiempo. Valora su compañía, y mantén una sábana junto a ti para envolverlo porque, cuando menos lo esperes, la necesitarás, y quedará ensangrentada».
Un impedimento del habla no le permitió a Brown convertirse en predicador, pero en su humilde cabaña dirigió una escuela bíblica donde enseñaba a los jóvenes en lo que podría considerarse la primera escuela dominical regular.
El año 1685 ha sido considerado el peor Tiempo de Matanza de una terrible era. Los covenanters escoceses fueron implacablemente presionados, acosados y asesinados, como lo registra tanto el historiador lord McCauley como el autor Daniel Defoe. Cuando, en ese año, las tropas llegaron a la puerta de Brown, lo hicieron buscando a Peden, debido a que creían que estaba cerca de allí.
Saquearon su cabaña, donde encontraron algunos papeles. Ellos querían saber sobre estos escritos y acerca del paradero de Peden. Pero Brown no les dio esta información, sino oraciones y lecciones, interrumpidas por la orden del comandante de armar un pelotón de fusilamiento. Brown se volvió hacia su esposa y le dijo:
—Ahora, Isabel, el día ha llegado.
—John, puedo separarme voluntariamente de ti —respondió ella.
—Eso es todo lo que deseo —afirmó—. No tengo nada más que hacer que morir.
La besó a ella y a su hijo, y se despidió deseándoles que las bendiciones de la promesa del evangelio se multiplicaran sobre ellos.
Los seis soldados a los que se les ordenó fusilar a Brown aparentemente estaban tan conmovidos por la escena y por su desprecio por la ley que bajaron sus mosquetes y se negaron a disparar. Su oficial colocó su propia pistola en la cabeza de Brown y terminó con la vida de este, justo fuera de su cabaña.
Isabel Brown puso a su hijo en el suelo, tomó la sábana y envolvió el cuerpo de su esposo. Lloró en soledad, hasta que los vecinos, informados de la ejecución, se reunieron para apoyarla y recordar una vez más sus propias pérdidas de ese terrible año. Escocia estaba luchando por su identidad y por la libertad de culto de la manera en que su pueblo consideraba correcta. El asesinato de Brown fue simple crueldad; sin embargo, la razón que había detrás de su muerte finalmente ganó la partida.
Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.
Santiago 1:12