Historias de mártires cristianos: Just De Bretenieres
Corea
Incluso de joven, Just De Bretenieres soñaba con lugares lejanos y el servicio misionero. Nació en la región de Borgoña, Francia, de padres católicos devotos. Un día, a la edad de seis años, De Bretenieres estaba jugando con su hermano menor, cavando hoyos en la tierra. De repente gritó: «Silencio, escucho a los chinos, los veo. Me están llamando. Tengo que ir a salvarlos». De Bretenieres nunca olvidó este incidente, y a medida que su devoción a la fe creció, también lo hizo la sensación de que su vida debía ser entregada para llevar la salvación de Dios a suelo extranjero.
Aún no había cumplido los veinte años, cuando De Bretenieres ingresó al seminario «menor» de París, y luego pasó al Seminario de Misiones Extranjeras. Los sueños de la infancia quizá lo llevaron allí, pero esos sueños tenían que crecer, profundizarse y madurar. En 1861, les escribió a sus padres: «Siento con mucha claridad que el camino que estoy tomando es duro y difícil. No me estoy engañando acerca de sus obstáculos y sufrimientos, ni de los peligros que encontraré. Me pongo enteramente en las manos de Dios».
A los graduados del seminario nunca se les dijo de antemano a dónde serían enviados. Un sacerdote debía simplemente seguir órdenes, ajustarse a su asignación y aceptarla, consciente de que el pasaje al servicio exterior era a menudo «de ida» y que en pocos lugares lo recibirían bien. Cuando De Bretenieres escuchó que su puesto sería en Corea, su sentido de vocación y la alegría juvenil de la aventura se unieron. «Creo que nuestro Señor me ha dado la mejor porción. ¡Corea, la tierra de los mártires!», escribió.
Just De Bretenieres zarpó de Marsella el 19 de julio de 1864. Entró en Seúl, la capital, el 29 de mayo de 1865, en secreto, fue llevado a la costa al amparo de la noche de la misma manera que un espía podría acercarse a un país enemigo. De hecho, el gobierno de Corea había declarado la guerra a la iglesia.
De Bretenieres aprendió el idioma y la cultura, y comenzó a trabajar de manera encubierta. Operaba principalmente por la noche, escuchaba confesiones, bendecía matrimonios, daba confirmación y administraba la extremaunción. Había bautizado a unos cuarenta adultos conversos cuando en febrero de 1866, su ubicación, junto con la de su obispo, fue traicionada por uno de los sirvientes del obispo. De Bretenieres fue arrestado mientras celebraba misa y llevado a la corte atado con una cuerda roja, el símbolo de un crimen grave.
El crimen de De Bretenieres fue ser sacerdote y misionero en un momento en que el régimen había decidido que las influencias extranjeras debían ser barridas. Cuando respondió en su defensa: «Vine a Corea para salvar sus almas», en realidad estaba testificando de su «culpabilidad» y llevando a la corte más rápidamente a su conclusión predeterminada. Después de dos semanas de procedimientos ceremoniales y torturas diarias, De Bretenieres y su obispo, junto con otros, fueron llevados (atados a sillas, porque sus piernas ya no eran capaces de soportar peso) a la playa arenosa que absorbería su sangre.
El grupo de sacerdotes testificó y predicó cuando la caravana fuertemente custodiada llegó a su destino. Cada uno de los prisioneros era sostenido por postes colocados debajo de los brazos y los hicieron desfilar ante los testigos reunidos. Los verdugos entonces realizaron las danzas de la muerte, mientras batían espadas para incitar la sed de sangre de la multitud. Cada hombre fue despojado de la ropa y obligado a arrodillarse; luego rápidamente las espadas cayeron, y las vidas gastadas principalmente en estudio, oración y preparación fueron acortadas con violencia. De Bretenieres tenía veintiocho años.
Al enterarse de la noticia, su padre lloró; su madre levantó los ojos hacia el Cielo. El niño que había escuchado un llamado al servicio misionero mientras cavaba en el suelo había terminado su misión como hombre, sacerdote, mártir.