Historias de mártires cristianos: Patrick Hamilton y Henry Forest
Nadie quedó más sorprendido por la sentencia del tribunal, o tratado con mayor crueldad, que el primer mártir escocés Patrick Hamilton. Después de todo, era miembro de la realeza, emparentado con el rey Estuardo Jacobo V. A través de esa relación se educó en París y conoció a Erasmo, uno de los principales eruditos de Europa.
Hamilton había sido nombrado abad de Ferne el mismo año en que Martín Lutero publicó sus noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg. Hamilton había conocido al reformador alemán y también conocía a Philip Melancthon, cuyos escritos impulsaron la reforma luterana. Patrick era un músico talentoso, componía y dirigía en la catedral donde vivía. Este joven prometedor, brillante y conectado, carecía de una sola habilidad para la vida, al parecer: sentido de peligro.
En el verano de 1523, Hamilton regresó de Europa para unirse a la Universidad de St. Andrews como docente. Como en fechas recientes había sido desafiado en el continente a reconsiderar el significado de la fe cristiana, aprovechó todas las oportunidades para enseñar y debatir su recuperación de la verdad bíblica: la misericordia de Dios en Cristo aparte de las indulgencias y otras intervenciones artificiales. Pero el arzobispo, James Beaton, estaba escudriñando al joven erudito desde lejos. Como era por completo devoto al papado, el arzobispo se aseguraría de que esta vil enseñanza de fe y gracia en St. Andrews no arruinara a la iglesia.
Despachar a Hamilton fue una decisión rápida y un proceso infrahumanamente lento. A finales del otoño de 1527, justo después de la boda de Hamilton, fue invitado a participar en una conferencia de líderes de la iglesia; eruditos quienes se estaban reuniendo, según parecía, para debatir las «nuevas doctrinas». Hamilton respondió sin demora, en espera de un animado coloquio. En cambio, el arzobispo Beaton llevó a cabo un breve examen teológico y ordenó el arresto de Hamilton. A la mañana siguiente, el joven erudito fue interrogado por los obispos por trece cargos de herejía, declarado culpable y condenado a morir esa tarde. La sentencia debía ejecutarse rápido para que sus amigos no explotaran las conexiones reales del hereje y que Hamilton fuera indultado o absuelto. Él, por supuesto, había aceptado todos los cargos. Creía mucho en lo que enseñaba. No podía negar lo que él y todos los que le rodeaban sabían claramente.
No obstante, sin duda aturdido por el rápido giro de los acontecimientos, Hamilton caminó al lugar de la quema en un espíritu de oración. Una vez fijado a la pira, le ataron una bolsa de pólvora debajo de cada axila y colocaron a su alrededor una pila de madera todavía verde con yesca. La pólvora estalló en llamas, pero no explotó; la leña ardió, pero con calor insuficiente para matar. De modo que allí colgaba Hamilton, las llamas ardían, pero su cuerpo ampollado y quemado se retorcía de dolor. Mientras se recogía más leña, rogó que se pusiera fin a la miseria. Durante seis horas completas sufrió frente a la multitud del St. Salvator’s College, la cual lo escuchó clamar en medio de la agonía: «Señor Jesús, recibe mi espíritu. ¿Cuánto tiempo las tinieblas abrumarán esta tierra?».
Dos años más tarde, en 1529, un monje benedictino, Henry Forest, comenzó a ilustrar sus sermones con la historia del maestro Patrick Hamilton, un mártir de la verdad. El arzobispo Beaton no estaba más inclinado a la enseñanza perversa de Forest que a la de Hamilton. Sin embargo, Beaton tenía una parroquia cada vez más inquieta con la cual lidiar. Los fieles muy recientemente habían visto un coraje poco común, y Beaton temía su reacción si se movía demasiado abiertamente contra otro.
En lugar de confrontarlo, Beaton envió a un fraile a escuchar la confesión de Forest, siempre un asunto confidencial entre el pecador, el sacerdote y Dios. Pero en este caso, el confesionario era realmente un pretexto para la recopilación de inteligencia, la cual Beaton utilizó rápidamente para condenar a su presa. Sin embargo, en lugar de la hoguera, Beaton ordenó que Forest fuera asfixiado en una cárcel del sótano lejos de la gente, un asunto privado dentro de la iglesia.
A medida que crecía la Reforma Escocesa, Hamilton y Forest fueron honrados como los primeros héroes, y el hombre más conocido por cambiar el alma de Escocia, John Knox, tomó su lugar después de ellos para predicar y enseñar el evangelio que el abad y el monje conocían y por el cual murieron.