Simón, hijo de Jonás, creció en Capernaum, en el extremo norte del Mar de Galilea. Criado junto con su hermano Andrés en una familia de pescadores, Simón parecía encaminado a desarrollar una carrera en esa industria. Entonces, Jesucristo vino caminando a lo largo de la orilla e invitó a Simón a seguirlo a una vida de pescar personas. Simón aceptó tanto la invitación como un nuevo nombre dado por Jesús: Pedro (de la palabra griega petros, que significa ‘un pedazo de roca’). Durante tres años, Pedro fue el compañero constante de Jesús.

Nos resulta fácil imaginar a Simón Pedro, la piedra, sonriendo por la inmensa ironía del llamado de Jesús a su vida mientras Pedro escribía estas líneas: «Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en él, no será avergonzado» (1 Pedro 2:4-6).

Pedro conocía de primera mano la profundidad de esa promesa de nunca ser avergonzado. Conocía el gozo inefable que llega cuando, en medio de hechos abrumadores y sentimientos de fracaso, Jesús interviene y dice: «Todavía tengo trabajo para ti». En el registro bíblico, las primeras y últimas palabras de Jesús a Pedro fueron: «Sígueme» (Marcos 1:17; Juan 21:22). La historia nos dice que Pedro hizo precisamente eso. Desde la alejada orilla de Galilea hasta los pasillos del centro del mundo de Roma, Pedro siguió a Jesús. Desde dejar sus redes hasta dar su vida, Pedro aprendió y practicó la pesca de hombres y mujeres. Queda claro que Pedro es uno de nuestros mejores ejemplos de lo que significa ser un mártir. Vivió una vida plena y murió una muerte fiel por Cristo.

Dado el obvio papel de liderazgo que Pedro tenía entre los discípulos y en la iglesia primitiva, es interesante ver cuán fielmente los Evangelios registran sus esfuerzos torpes. Los discípulos como grupo no comprendían ni lo que Jesús estaba haciendo ni por qué, y Pedro generalmente hacía pública su falta de entendimiento. Su naturaleza impulsiva le permitía a veces expresar la verdad, pero más a menudo afirmar el error. Aunque la resurrección de Jesús transformó a un grupo promedio de discípulos en una fuerza poderosa para el evangelio, aquellos que los conocían nunca olvidaron sus antecedentes. Los escritores de los Evangelios podrían haber maquillado fácilmente las historias de los días del ministerio con Jesús para hacer a los primeros líderes de la iglesia más heroicos. Resistieron esa tentación. En cambio, nos dieron la verdad: la Palabra de Dios. Nos dieron relatos en los que podemos ponernos a nosotros mismos. Las personas ordinarias que pasaron tiempo con Jesús son personas con las que podemos identificarnos. El hecho de que se convirtieran en testigos apostólicos simplemente nos recuerda que Dios también desea hacer algo a través de nosotros para traer gloria a Su nombre.

Cuando se trata de los esfuerzos misioneros de Pedro, los primeros doce capítulos de Hechos registran los emocionantes eventos de los primeros años del movimiento que comenzó con el mandato de Jesús de hacer discípulos en todo el mundo. El primer sermón de Pedro el Día de Pentecostés, al parecer, abrió las compuertas de nuevos creyentes, pero la difusión del evangelio se limitó al principio a los judíos y a los prosélitos (gentiles que se habían «naturalizado» como judíos). Dios usó la visita de Pedro a la casa de un soldado romano para confirmar la inclusión de Jesús de personas de todas las naciones como candidatos para las buenas nuevas de la salvación. Cornelio se convirtió en el caso de prueba de las conversiones gentiles.

Pedro repentinamente se aparta del relato de Hechos en el capítulo 12. Acababa de ser liberado milagrosamente de la cárcel y había visitado brevemente a los creyentes que estaban reunidos orando por él en casa de María. Habían orado por la seguridad de Pedro, y Dios había respondido al hacer que Pedro llamara a la puerta. Debido a que era técnicamente un fugitivo de la prisión, la vida de Pedro se encontraba en peligro adicional. Lucas toma nota del mensaje de despedida de Pedro: «Pero él, haciéndoles con la mano señal de que callasen, les contó cómo el Señor le había sacado de la cárcel. Y dijo: Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos. Y salió, y se fue a otro lugar» (Hechos 12:17).

El «otro lugar» a donde se fue Pedro ha sido el tema de tradiciones y leyendas. Los relatos tradicionales de los viajes de Pedro se centran principalmente en el tiempo que pasó en Babilonia (al este) o en Roma (al oeste). En apoyo del ministerio de Pedro en Babilonia, tenemos la ubicación aparente del apóstol mencionada en 1 Pedro 5:13: «La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo, os saludan». La rama oriental de la iglesia afirma que Pedro fue pieza clave en la plantación del evangelio allí. En apoyo del ministerio de Pedro en Roma, tenemos el caso obvio de que terminó en Roma y fue martirizado allí. En cuanto a que fundó la iglesia de Roma, tenemos poca evidencia directa, pero alguien trajo el evangelio a la capital del Imperio Romano porque cuando Pablo escribió su carta a Roma ya había una iglesia próspera allí. Pero si Pedro ya estaba en Roma en ese momento, parece extraño que Pablo no lo mencionara entre sus varios saludos detallados en esa carta. Lo que sabemos de Hechos es que Pedro estaba en algún lugar ocupado compartiendo el evangelio.

A menudo se ha señalado que cuando Jesús y Pedro caminaron en la orilla de Galilea por última vez, el Señor no solo restableció Su llamado a la vida de Pedro, sino que también le dio a Pedro un indicio del fin que le esperaba.

«De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme» (Juan 21:18-19).

No es a dónde vamos y lo que nos pasa lo que importa tanto. Lo que importa es cómo respondemos cuando Jesús viene a nosotros y nos dice: «Sígueme».

Los últimos días de Pedro en Roma no se describen en las Escrituras, pero varios relatos tradicionales han sobrevivido. Se dice que pasó meses horribles en la infame prisión de Mamertine, un lugar donde el encarcelamiento era a menudo una sentencia de muerte. Aunque esposado y maltratado, Pedro sobrevivió a las torturas y aparentemente les comunicó el evangelio con eficacia a sus guardias. Finalmente, fue sacado de la mazmorra, llevado al Circo de Nerón y crucificado allí boca abajo porque no se consideraba digno de ser crucificado con la cabeza hacia arriba como Cristo.

Historias de mártires cristianos: Pedro
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