John Chau martirizado en la isla Sentinel del Norte
India
Si todo hubiera ido de acuerdo con el plan de John Allen Chau, nunca hubiéramos conocido su nombre. Tenía la intención de permanecer invisible para el mundo, ya sea que viviera o muriera, preocupándose solo de ser visto por Aquel que les dijo a Sus seguidores: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura».
Pero en cambio, en noviembre de 2018, los medios de comunicación de todo el mundo publicaron la historia de un hombre estadounidense de 26 años que había muerto tratando de hacer contacto con una tribu remota en la isla Sentinel del Norte, una pequeña mota en la Golfo de Bengala entre la India y el sudeste asiático. Muchos reportes noticiosos y artículos de opinión insinuaban que John había sido un insensato al contactar a un grupo de personas que se sabía eran violentas con los forasteros. Lo que no sabían era que John se había preparado durante años para alcanzar a los sentineleses con las Buenas Nuevas de Jesucristo.
La vida de preparación de John Chau
John pasó casi una década preparándose para llevarles el evangelio a los sentineleses, uno de los últimos grupos de personas no contactadas. Su viaje comenzó en 2008, el año en que cumplió 17 años, cuando se convirtió en lo que describió como «un aprendiz de Jesús».
Después de hacer su primer viaje misionero al año siguiente, comenzó a orar por pasar su vida sirviendo como misionero. «Sé que Dios usó ese tiempo para marcar mi vida», dijo más tarde. En sus oraciones, John le preguntó a Dios a dónde quería que fuera, haciendo eco de la afirmación de Isaías: «Heme aquí, envíame a mí» .
Pronto, después de hacer un compromiso en oración, John encontró información en línea acerca del pueblo sentinelés, quienes vivían en una isla aislada y que nunca habían escuchado el evangelio. Sentía que Dios lo estaba llamando para ir a la isla Sentinel del Norte para compartir el amor de Dios con ellos.
«Una vez que le dije que sí a Jesús —dijo en un video para una iglesia que financiaba su trabajo—, quedé comprometido. Estaba dentro por completo».
Cada decisión que John tomó durante los nueve años siguientes fue en preparación para ir a Sentinel del Norte, vivir entre los sentineleses y compartirles el evangelio. «Había acondicionado su cuerpo, su mente, su espíritu —dijo un antiguo representante de la oficina de misiones estudiantiles de la Universidad de Oral Roberts, la escuela a la que asistía John en Tulsa, Oklahoma—. Era uno de los hombres más preparados que he conocido».
Como sabía que no tendría agua caliente en la isla, John tomaba duchas con agua fría para ayudar a su cuerpo a adaptarse. Y como poco se sabe del sentinelés, tomó un curso de lingüística a través de una rama de los Traductores Wycliffe de la Biblia con la esperanza de que lo ayudara a comunicarse con los isleños. Además, tomó capacitación médica y obtuvo un certificado como Técnico en Emergencias Médicas en Lugares Remotos para que pudiera proveerles a los sentineleses cuidados básicos de salud. Fue vacunado contra todo tipo de enfermedades, porque sabía que el sistema inmunológico de ellos sería vulnerable a los virus occidentales importados, y se sometió a una cirugía ocular con láser para no tener que preocuparse por mantener limpios sus lentes de contacto.
John estaba tan concentrado en prepararse para servir en la isla —una vista aérea de Sentinel del Norte colgaba de la pared de su dormitorio— que necesitaba un recordatorio para seguir sirviendo en el aquí y en el ahora. Un líder de alcance de ORU desafió a John a no esperar, sino a comenzar de inmediato por medio de servir y alcanzar a otros en el nombre de Jesús. Y John tomó el desafío en serio.
Debido a su amor por el futbol, John se involucró con un ministerio que dirigía un programa de futbol para inmigrantes de Birmania. No era el líder de más alto perfil, de pie en el centro de atención o predicando un sermón, pero su amor por las personas y su fe fundamental comenzaron a brillar.
John llegaba temprano y se quedaba hasta tarde. Se preparaba para la práctica, se aseguraba de que las cosas funcionaran sin problemas y luego guardaba el equipo al final de la práctica. Planeaba devocionales y hacía de suplente cuando el líder del ministerio salía. Y consiguió zapatillas de futbol, uniformes y demás equipo para los jugadores que no podían pagarlos, a menudo gastando su propio dinero. El «entrenador Chau» se convirtió en un amigo, mentor y entrenador que aprovechaba cada oportunidad para dirigir a los jóvenes a Cristo.
Algunas veces, el líder del ministerio de futbol hablaba de la posibilidad de involucrar a más inmigrantes de más naciones y de que John trabajara con él para hacer crecer el ministerio. Pero el compromiso de John con Sentinel del Norte nunca vaciló. «Espero que eso suceda con quien Dios traiga para ayudarlo —le dijo John al líder—. Pero, Dios mediante, yo estaré en la isla».
Además del ministerio de futbol, John servía en un ministerio después de la escuela en una zona de bajos recursos con una alta criminalidad de Tulsa, donde pasaba horas en las instalaciones del ministerio para interactuar con los alumnos y desarrollar relaciones que le permitieran dirigir a las personas a Jesús. Los compañeros de trabajo recuerdan su disposición para ayudar en cualquier manera que fuera necesaria, sin pensar en recibir el crédito o atención por su servicio.
«John tenía una manera única de hacer sentir a la gente vista, valorada y amada —dijo un compañero de ORU—. Después de hablar con John, me subía a mi coche y oraba: “Dios, hazme más como John”».
Después de graduarse, John obtuvo su certificación como Técnico en Emergencias Médicas en Lugares Remotos y trabajó estacionalmente en el Área Recreativa Nacional de Whiskeytown en el norte de California. Compartió una de sus aventuras en Whiskeytown en su cuenta de Instagram después de ser mordido por una serpiente de cascabel, cuando trató su propia herida y recorrió los senderos para salir a buscar ayuda. El trabajo le proporcionaba vivienda gratuita, y descubrió que podía vivir con treinta dólares a la semana, con el fin de ahorrar el resto de su salario para financiar su misión. Cuando no estaba de guardia, leía libros para ayudarlo a prepararse para la isla: biografías misioneras, libros de lingüística, libros de antropología cultural.
Cuando John se acercó al ministerio All Nations, el cual había supervisado uno de sus viajes misioneros universitarios, una miembro del equipo de liderazgo ejecutivo, Pam Arlund, se dio cuenta de que el correo electrónico de John era la segunda mención de los sentineleses que había visto en una semana. Y antes de eso, ni siquiera había oído de ellos. ¿Estaba Dios actuando para llegar a esta isla no alcanzada?, se preguntó
Pam invitó a un compañero de trabajo a sentarse en una llamada con John para que la ayudara a determinar si era la persona adecuada para un viaje misionero tan peligroso. «Describiría a John como intenso y encantador —dijo—. Tenía una intensidad por el Señor y, sin embargo, uno se sentía muy cómodo al estar cerca de él».
A medida que sus conversaciones continuaron y se profundizaron, los líderes de All Nations quedaron impresionados por la pasión de John de hacer todo en su poder para prepararse para la misión a la que creía que Dios lo había llamado.
«John es en realidad uno de los misioneros mejor preparados e intencionales que he conocido —dijo Mary Ho, líder ejecutiva de All Nations, en una entrevista con VOM Radio—. Nos llamaba y nos decía: “¿Cómo me preparo para saber más sobre antropología cultural?”. Nosotros le decíamos: “Muy bien, aquí tienes 10 [o] 20 libros sobre el tema”. Y él respondía: “Oh, ya leí la mitad”. Literalmente dos semanas más tarde diría: “Ya terminé de leerlos. ¿Qué sigue?”».
¿La misión en solitario de John Chau?
En 2015, John realizó el primero de cuatro viajes de exploración a las islas Andamán, un territorio de la unión de la India ubicado tan al este en la Golfo de Bengala que está mucho más cerca de Bangkok que de Bangalore. Estaba buscando una mejor comprensión del territorio, así como la confirmación de que Sentinel del Norte era el llamado de Dios para él.
Cada vez que conocía a cristianos locales en la región, les preguntaba si alguien estaba yendo a los sentineleses. John les había dicho a sus amigos cristianos que estaba dispuesto a servir en un papel de apoyo si un esfuerzo misionero ya estaba en marcha. Para John, lo importante no era el mensajero, sino el mensaje.
Pero la respuesta era siempre la misma: nadie estaba tratando de alcanzar a los sentineleses con el evangelio.
En el video que hizo para una iglesia que lo financiaba, John describió su viaje a casa desde esa primera visita a las Andamán y sus reservas sobre su llamado a Sentinel del Norte. «Había estado dudando un poco —dijo—. “Dios, ¿realmente me dijiste que fuera allí? ¿Es allí realmente donde se supone que debo estar? ¿No hay alguien a quien hayas llamado que sea de aquí, que estés levantando para llegar a este grupo de personas?”».
Mientras volaba de regreso de Port Blair, capital de las islas Andamán y Nicobar, John miró por la ventana el océano azul abajo y vio que apareció una isla que reconoció de inmediato: era la misma isla que había estado mirando en la pared de su dormitorio durante toda la universidad.
«Una sensación de claridad y paz vino sobre mí —dijo John más tarde—, una sensación de saber que iría allí algún día. Lo tomé como confirmación. Solo he tenido esa sensación de claridad y profundo sentido de saber algunas otras veces en mi vida, y cada vez puedo decir que definitivamente fue Dios quien me estaba hablando».
La confirmación del llamado de John intensificó sus preparativos. A través de All Nations recibió capacitación en plantación de iglesias en diferentes circunstancias culturales. Y realizó más viajes a las Andamán donde entró en contacto con cristianos locales dispuestos a ayudarlo y pescadores que podrían transportarlo a la isla. Pero seguía abierto a noticias de si alguien más estaba tratando de alcanzar a los sentineleses con el evangelio.
All Nations le presentó a John un obrero misionero quien había ayudado a alcanzar a otro pueblo en la región de las Andamán. Pasó dos horas hablando acerca de lo que había funcionado y lo que no: qué obsequios podrían granjearle el favor de los miembros de la tribu, la mejor manera de acercarse a la isla y los suministros más importantes que llevar. John rápidamente absorbió la información, y sopesaba constantemente en oración los aspectos del esfuerzo misionero previo que pudiera aplicarse a su viaje.
«En verdad era un aprendiz —dijo el antiguo líder de misiones de ORU—. Uno de los [hombres] más estudiados, preparados y simplemente humildes. Lo recibía todo: “Este grupo lo hizo de esta manera, este hombre enseña de esta forma”. Y entonces oraba, lo procesaba y buscaba consejo sabio de otros».
John tenía una inclinación natural hacia la planificación, y ahora estaba a todo vapor. Planificó qué llevar con él, ordenando y volviendo a ordenar su equipo, para luego decidir qué cabría en las cajas que tenía planeado ocultar en la isla antes de encontrarse con los isleños. Redactó planes para el primer día, sus primeros objetivos e incluso un plan de contingencia en caso de que las cosas no salieran bien.
El Plan A era hacer contacto con los isleños y vivir entre ellos todo el tiempo que requiriera aprender su idioma y su cultura. Entonces les hablaría acerca del amor y el sacrificio de Jesucristo. John sabía que esto podría tomar años y quizá décadas.
Su planificación meticulosa también incluía un Plan B, la posibilidad de que los hombres de la tribu no le dieran la bienvenida e incluso lo mataran, como lo habían hecho con dos pescadores que quedaron a la deriva y terminaron en la costa de Sentinel del Norte en 2006.
John estaba en paz de cualquier manera. Había dedicado su vida para ver al pueblo sentinelés adorar a Jesucristo como su Salvador. O viviría en la isla como huésped y una luz para Cristo, o daría su vida en la isla y entraría a la eternidad. Al igual que Pablo, él sabía que «el vivir es Cristo, y el morir es ganancia».
«John sabía que esto podría costarle todo —dijo un amigo y mentor—, y sabía que sería mal entendido por muchos que lo juzgarían. No quería ninguna gloria, ni siquiera en su muerte».
«EL TIPO AVENTURERO»
En caso de que el mundo sí escuchara el nombre de John, había hecho su mejor esfuerzo por proteger a sus amigos cristianos en las islas y por asegurarse de que cualquier publicidad no estorbara esfuerzos posteriores para alcanzar a los sentineleses con el evangelio. Con ese fin, elaboró una presencia en línea que podría explicar su desaparición meramente como un aventurero solitario perdido en el mar.
Su perfil de Instagram está lleno de imágenes de aventuras de lugares remotos. Hablaba en su blog de viajar por el mundo, escalar, hacer kayak y bucear con grandes tiburones blancos. Sus aventuras incluso fueron patrocinadas por una compañía de carne seca de res. Si el nombre de John llegara a ser conocido, cualquiera que buscara en las imágenes y publicaciones del blog simplemente pensaría que era un «tipo aventurero» que se alejó demasiado de los caminos transitados y lo pagó con su vida.
Nunca subestimó el peligro potencial de su misión, pero valoraba las almas de los sentineleses más que su seguridad. Valoraba la obediencia a Cristo incluso por encima de su propia vida.
Después de la muerte de John, un amigo publicó algunos pensamientos que John había compartido antes de su viaje. «La muerte es inevitable —había dicho John—. Puedo morir en un accidente automovilístico, [por] mordedura de serpiente, [de] cánceres. Hay muchas maneras en que podemos morir. Iré a la isla este noviembre y no sé qué pasará, pero estoy listo. Estoy listo para dar mi vida por el evangelio».
John dejó un testamento y habló con algunos amigos sobre qué hacer si lo mataban. ¡Incluso alentó a su familia a tener un servicio memorial en ORU y le pidió a la universidad que lo organizara de forma gratuita!
«Si hacen un servicio memorial —escribió más seriamente a su familia—, háganles saber que […] fui obediente a lo que Dios me llamó a hacer: alcanzar a aquellos que no han escuchado el evangelio».
La preparación final de John y primer contacto
A medida que se acercaba el momento del viaje de John a la isla, Mary Ho recibió un correo electrónico breve de otro miembro del equipo ejecutivo de All Nations: «Mary, ¿estás segura?». Su respuesta fue igualmente concisa, de Romanos 10:14: «¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?».
John habló con solo unos pocos amigos cercanos los días previos a su partida, y no salió durante el día para llamar la menor atención posible hacia sí mismo. Incluso mientras consideraba las decisiones finales y los detalles, sus amigos vieron a un hombre que vivía plenamente sus dones. John tomó el liderazgo en varios tiempos de adoración y discusión, y en una de las últimas noches antes de su partida dirigió un servicio de Comunión. El siervo detrás de bastidores que a veces no sabía qué decir al liderar un devocional ahora dirigía con valentía la adoración, la oración y la Comunión. «No puedo esperar —dijo en un momento—, para presentarles a mis amigos, los sentineleses del norte».
En la tarde del 14 de noviembre, antes de abordar un barco de pesca y dirigirse hacia la isla, John escribió esta oración en su diario: «Gracias, Padre, por usarme, formarme y moldearme para ser Tu embajador […] Espíritu Santo, por favor, abre los corazones de la tribu para recibirme, y al recibirme, recibirte. Que Tu reino, Tu gobierno y Tu reinado vengan ahora a la isla Sentinel del Norte. Mi vida está en Tus manos, oh Padre, así que en Tus manos entrego mi espíritu».
A la mañana siguiente, antes del amanecer, John desembarcó y enterró dos cajas de suministros para su estadía en la isla. Más tarde esa mañana, hizo kayak a lo largo de la orilla, con la esperanza de mostrar sus buenas intenciones por medio de entregarles pescado y otros regalos a los isleños. «Mi nombre es John —gritó—. Los amo, y Jesús los ama».
Los primeros isleños en aparecer llevaban sus arcos con flechas sin encordar. Después, cuando ensartaron flechas en sus arcos, John remó fuera de su alcance y regresó al bote. Se acercó de nuevo esa tarde, y entregó más regalos y se acercó a un isleño antes de que un joven sentinel lanzara una flecha que se alojó firmemente en la Biblia impermeable que llevaba.
La página donde se detuvo la punta de la flecha termina con los dos primeros versículos de Isaías 65: «Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: Heme aquí, heme aquí. Extendí mis manos todo el día a pueblo rebelde, el cual anda por camino no bueno, en pos de sus pensamientos».
En ese segundo intento de contacto, John se bajó de su kayak con la esperanza de parecer menos amenazante. Cuando se retiró de la isla, dejó el kayak, con su pasaporte estadounidense dentro, y nadó de regreso al barco de pesca. Después de ese día lleno de actividad, derramó su corazón en las páginas de su diario, que los pescadores entregaron más tarde a amigos cristianos.
«El plan ahora es descansar y dormir en el bote y que por la mañana me dejen en el escondite y luego caminar por la playa hacia la misma choza en la que le he estado dejando regalos. Es extraño; en realidad no, es natural:
Estoy asustado.
Allí está, ya lo dije… También me siento frustrado e incierto: ¿vale la pena ir a pie para encontrarme con ellos? Ahora que me han relacionado con los regalos […] Señor, no obstante, estarás cerca. Si quieres que me disparen o incluso me maten con una flecha, entonces que así sea. Sin embargo, creo que podría ser más útil vivo, pero a ti, Dios, te doy toda la gloria de lo que suceda. ¡NO QUIERO MORIR! ¿Sería más sabio irme y dejar que alguien más continúe? No. No lo creo, estoy atrapado aquí de todos modos sin pasaporte y por haber estado desconectado. Todavía podría regresar a los Estados Unidos de alguna manera, ya que casi parece una muerte segura quedarse aquí. Sin embargo, hay un cambio evidenciado en solo dos encuentros en un solo día. Lo intentaré de nuevo mañana».
El diario de John también incluye notas sociológicas y lingüísticas; trató de aprender todo lo que pudo de cada encuentro con los sentineleses.
Más tarde esa noche, John agregó otra entrada:
Estoy viendo la puesta de sol, y es hermosa; estoy llorando un poco […] me pregunto si no será la última puesta de sol que vea antes de estar en el lugar donde el sol nunca se pone. Llorando un poco.
Dios, no quiero morir. ¿QUIÉN OCUPARÁ MI LUGAR SI LO HAGO? […] ¿Por qué un niño tuvo que dispararme hoy? Su voz aguda todavía permanece en mi cabeza. Perdónalo y a cualquiera de las personas de esta isla que traten de matarme, y, en especial, perdónalos si tienen éxito.
Señor, fortaléceme ya que necesito Tu fuerza y protección y guía y todo lo que Tú das y eres. Quien venga después de mí para tomar mi lugar, ya sea después de mañana o en otro momento, por favor, dales una doble unción y bendícelos poderosamente.
Según sus notas, John planeó que los pescadores lo dejaran en tierra a la mañana siguiente. Luego se acercaría a los miembros de la tribu a pie, y los pescadores se retirarían hasta el día siguiente. John esperaba parecer menos amenazante sin que el barco estuviera esperando en alta mar. Y también esperaba proteger a los pescadores: «Si sale mal a pie, los pescadores no tendrán que ser testigos de mi muerte», escribió.
John cerraba la mayoría de las entradas de su diario, así como las cartas a amigos y familiares con la frase latina Soli Deo Gloria: ‘solo a Dios la gloria’.
LA PLAYA
El 16 de noviembre de 2018, John desembarcó en la isla Sentinel del Norte por última vez. Cuando los pescadores regresaron al día siguiente, según el informe policial, vieron a «una persona muerta siendo enterrada en la orilla quien, por la silueta del cuerpo, la ropa y las circunstancias parecía ser el cuerpo de John Allen Chau».
Nada se sabe sobre lo que sucedió entre la llegada de John a la playa y su muerte. El joven quien más tarde sería ridiculizado como un «colonizador» se había acercado a los sentineleses sin un arma, incluso después de recibir un disparo, claramente dispuesto a renunciar a su propia vida. El cuerpo de John nunca fue recuperado; había solicitado que, si lo mataban, su cuerpo fuera dejado en la isla.
Después de su muerte, una tormenta de vitriolo se desató sobre John, su familia, All Nations y, en ocasiones, sobre cualquiera que se atreviera a pensar en compartir el evangelio con otro ser humano. Los pescadores que llevaron a John a la isla fueron arrestados, al igual que otros cristianos que habían hablado con John en las islas Andamán. Su juicio comenzó en noviembre de 2021.
La historia de John, el «tipo aventurero», rápidamente se convirtió en John, el misionero equivocado, el colonizador, el propagador irreflexivo de enfermedades. Los memes de burla en las redes sociales y las críticas en una variedad de medios llegaron como una ola tras otra. Algunos comediantes incluso usaron la historia del asesinato de John en sus actos.
Lo más preocupante fue la crítica de los cristianos que atacaron la percibida falta de preparación e insensibilidad de John hacia la cultura. Algunos incluso cuestionaron si la Gran Comisión podría estar desactualizada en 2018; tal vez, plantearon, no se aplica a las tribus que no tienen contacto con el mundo exterior.
«Yo diría que para mí el único dolor continuo que tengo sobre [la misión y la muerte de John] es en realidad lo mal que el cristianismo en su conjunto trató a John después de que estaba tan dispuesto a dar su vida por Jesús —dijo Pam Arlund de All Nations—. Estaba dispuesto a dar su vida por un grupo de personas que en realidad nunca tuvo la oportunidad de conocer […] Desearía que, lo llamaré la cristiandad, lo hubiera tratado mejor».
NO ES EL FINAL DE LA HISTORIA
«Creo que la medida del éxito en el reino de Dios es la obediencia —dijo John unos meses antes de su muerte—. Quiero que mi vida refleje obediencia a Cristo y vivir en obediencia a Él. Creo que Jesús vale la pena. Él lo vale todo».
Las últimas páginas del diario de John, que dejó con los pescadores antes de ser llevado a la isla la última vez, son notas para su familia y un amigo. Las notas, al igual que otras escritas a amigos en las últimas semanas de John, incluyen un desafío para que permanezcan fieles a Cristo: «Ruego que nunca amen nada en este mundo más de lo que aman a Cristo».
John estuvo a la altura de ese desafío; amó tanto a Jesucristo que estuvo dispuesto a nadar a tierra esa última vez. Su sacrificio, sin embargo, no es único. John siguió los pasos de cristianos fieles a lo largo de la historia, lo cual comenzó con el martirio de todos menos uno de los doce apóstoles originales.
En la década de 1800, solo uno de cada cuatro misioneros sobrevivió a su primer periodo en el Congo (De Jerusalén a Irian Jaya, por Ruth Tucker). En 1866, Robert Thomas murió en la orilla de un río en las afueras de Pyongyang mientras intentaba llevar el evangelio a Corea. Cinco hombres murieron alanceados en 1956 mientras intentaban compartir el amor de Cristo con los miembros de la tribu «Auca» (ahora llamada Huaorani). La disposición de «morir en el intento» siempre ha sido un requisito para llevar el evangelio a lugares donde nunca se ha escuchado.
El final de la vida de John en la Tierra no debe ser visto como el final de toda la historia; sabemos cómo termina esa historia. En una de las últimas entradas del diario de John, escribió: «La vida eterna de esta tribu está cerca, y no puedo esperar a verlos alrededor del trono de Dios adorando en su propio idioma, como lo dice Apocalipsis 7:9-10».
Cada tribu, cada nación, cada lengua, adorando juntos al Rey Jesús. John anhelaba el día en que pudiera presentar a sus hermanos y hermanas sentineleses a otros miembros del cuerpo de Cristo.
Quienesquiera que vayan a continuación, quienes estén dispuestos a arriesgar su vida para ver realizada la esperanza de John, deben saber que John ha orado por ellos. «Quien venga después de mí —escribió en una oración en la última noche de su vida— ya sea después de mañana o en otro momento, por favor, dales una doble unción y bendícelos poderosamente».
Tal vez en la eternidad veremos a John de pie entre los sentineleses reunidos alrededor del trono, gritando en alta voz con ellos: «¡La salvación pertenece a nuestro Dios!». Los que conocieron bien a John en la tierra esperarán una sonrisa dentada en su rostro, un brillo en sus ojos y un pulgar levantado con su característico gesto de «todo está bien».