Joven conversa en Jerusalén es perseguida por su familia
Israel (incluye cisjordania y gaza)
Mientras que los cristianos convertidos del islam en Cisjordania y Gaza son amenazados por las autoridades gubernamentales y los grupos extremistas, los cristianos conversos del islam en Israel son a menudo amenazados por los miembros de su familia.
Amal, una árabe palestina de Jerusalén, tenía 13 años la primera vez que oyó hablar de Jesucristo, y le tomó dos años más de estudio y reflexión antes de aceptar a Cristo. «Comencé a sentirme perdida de verdad, y llegué a un punto en el que estaba en una encrucijada», dijo Amal. Una noche oró: «Está bien, Dios, quiero preguntarte si eres el Dios del islam. Solo dime que lo eres y usaré el hijab [velo], y haré todas las oraciones que quieras. Pero si eres el Dios de los cristianos, a pesar de que me lleve a ser asesinada, seguiré creyendo en ti». Sabía que había mucho en juego; su maestra en la escuela le había dicho que, según el Corán, los musulmanes que se convierten a otra religión deben ser asesinados.
Esa noche, Amal tuvo un sueño. «En mi sueño, me desperté y había mucha luz y no podía mirarla —dijo—. La luz me dijo que empezara a caminar. Cada vez que me caía, [alguien] me agarraba de la mano, me levantaba y continuaba caminando. Llegamos a un oasis. Me pidió que sacara un libro del agua. Y me dijo: “La respuesta que estás buscando está dentro de ese libro; abre las últimas páginas y allí encontrarás la respuesta”. Leí el versículo de Juan 14:6 dónde dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. Entonces desperté».
Amal no sabía de dónde había venido el versículo, así que buscó tanto en el Corán como en la Biblia. Cuando encontró el versículo en la Biblia, decidió darle su vida al Camino, la Verdad y la Vida. «Desde entonces, comencé a ver cómo el Señor está actuando, y protegiéndome», dijo.
Sin embargo, la nueva vida de Amal en Cristo no estuvo exenta de problemas. Cada vez que su madre encontraba una Biblia en su habitación, la quemaba. La madre de Amal quemó nueve de sus Biblias durante los siguientes tres años.
Pero su mayor desafío vino de su hermano mayor. Cuando Amal tenía 18 años, llegó a casa tarde una noche después de visitar a un cristiano en el hospital. «¿Dónde estabas?», le reclamó su hermano. Amal le dijo que había estado en el hospital. «No, estás mintiendo; estabas en un servicio», dijo. Se sorprendió de que su hermano supiera el término para una reunión cristiana, pero nuevamente le dijo que había estado en el hospital y comenzó a alejarse.
«Lo siguiente que recuerdo fue que mi cabeza se estrelló contra el vidrio de la ventana —dijo—. Estaba en choque porque en nuestra casa nadie hacía uso de la violencia. Escuché a lo lejos que le gritaba a mi padre que yo estaba haciendo cosas malas».
Tanto el hermano como el padre de Amal comenzaron a golpearla. Corrió de la cocina al baño, pero su hermano la siguió, golpeándola. «Luego me arrastró a mi habitación —dijo—. Lo último que recuerdo fue que alguien me abofeteó muy fuerte en la cara y me desmayé en la cama». Cuando se despertó unos minutos después, su familia estaba llorando y gritando. Su padre había tenido una apoplejía.
Durante las siguientes dos semanas, Amal se vio obligada a permanecer en su habitación. Su familia le quitó su teléfono, su tarjeta de identificación, todo. No podía comer y temía que su hermano volviera a perseguirla si iba al baño. Su salud se deterioró y después de 16 días se desmayó. Su familia la encontró en el piso de su habitación y la llevó al hospital.
Sus lesiones llevaron al personal del hospital a llamar a la policía, pero Amal decidió no decirle a la policía lo que su familia le había hecho. «Aunque quería contarlo, quería ser como un testimonio y demostrar que soy una hija [de Dios]», dijo.
Después del ataque, Amal se mudó de casa para asistir a la universidad. Fue a una universidad bíblica, pero su familia pensó que estaba estudiando trabajo social.
El día de la graduación, su padre la recogió en su coche. Cuando se subió, le arrojó un periódico. «No entendí por qué lo hizo —dijo—. Simplemente, me miró y no dijo nada». Amal tomó el periódico y vio lo que su padre había visto: su propia fotografía en el periódico con un pie que indicaba que había completado un título en teología. Cuando volteó a ver a su padre, él le dijo: «Solo pídele a Dios que tu hermano no lo vea». Su padre no volvió a hablar con ella durante dos meses, y su hermano nunca se enteró de su título.
A pesar de que Amal es adulta, continúa viviendo en casa para poder ministrar a su hermano y hermanas. Ha guiado a sus tres hermanas y a su hermano menor al Señor.
El padre y la madre de Amal ahora aceptan su fe, pero no lo reconocen. «Mi padre […] cree que tiene dos opciones: echarme de casa o simplemente aceptar lo que hago —dijo—. No quiere echarme por nuestra cultura de vergüenza. Es vergonzoso echar a una hija. Si acepta lo que hago, entonces es como si me diera permiso de hacer aún más. Simplemente, vive en esa área de negación donde no sabe nada».
El hermano mayor de Amal está casado y ya no vive con la familia, pero sigue amenazándola. «Mi hermano lo sabe —dijo—. Sigue diciéndome: “Solo estoy esperando que hagas algo para hacerte daño”».
La pasión de Amal por Jesús sigue creciendo. Ella y otro joven cristiano convertido del islam están dirigiendo una pequeña iglesia casera para un grupo de nuevos conversos en Jerusalén, de los cuales la mayoría eran musulmanes. Los conversos son todos adultos jóvenes y están profundamente comprometidos con el Señor. Sus tiempos de adoración semanal y compañerismo les proporcionan combustible espiritual durante toda la semana. Uno por uno, están guiando a sus amigos, familiares y compañeros de estudios al Señor, ofreciendo la esperanza de Cristo a una nueva generación en Tierra Santa.