Musulmán fulani sueña con Jesucristo y encuentra refugio en Él
Nigeria
La decisión de un musulmán fulani de seguir a Cristo lo llevó de sufrir persecución a ayudar a los nuevos cristianos a crecer en la fe.
«Aléjate del islam y sígueme», le dijo el hombre de blanco.
Cuando Abel despertó a la mañana siguiente en su casa en Nigeria, no tenía ni idea de lo que significaba el sueño. Y por mucho que lo intentara, no podía olvidar al hombre que había soñado. «Al día siguiente, de nuevo, me pasó —dijo Abel—. Tuve ese mismo sueño durante tres días».
Abel compartió los detalles del sueño con su padre y su madre quienes lo calificaron de demoníaco e instaron al joven de 28 años a recitar oraciones musulmanas para limpiar su mente. Siguió sus consejos, pero el sueño persistió.
Con el fin de buscar alivio a su ansiedad y confusión, Abel decidió contarle el sueño a un amigo cristiano. Su amigo hizo entonces que Abel se reuniera con un pastor quien le dijo que creía que el hombre del sueño era Jesús. Después de explicarle que Jesucristo es más que un profeta, como los musulmanes lo representan, el pastor compartió el evangelio con Abel.
La explicación del sueño por parte del pastor enfureció a Abel, a quien siempre le habían enseñado que la Biblia había sido cambiada y que Jesús era solo un profeta. Pero mientras permanecía despierto esa noche recordando el sueño y la explicación del pastor, en lo único que podía pensar era en más preguntas sobre Jesús.
Una noche, el pastor le dio una Biblia, y Abel comenzó a leerla por su cuenta. Cuanto más visitaba al pastor y leía la Biblia, más se sentía en paz.
Finalmente, el 18 de diciembre de 2006, Abel depositó su fe en Jesús. Entusiasmado con su nueva fe, pronto compartió la noticia con uno de sus hermanos.
Sabiendo que Abel podía ser asesinado si su fanático padre musulmán se enteraba, su madre le aconsejó que lo mantuviera en secreto. Hay pocos cristianos entre el pueblo fulani, y los que abandonan el islam se enfrentan siempre a la persecución, a veces incluso a la muerte. Abel aceptó mantener en silencio su fe cristiana.
Cuando Abel le dijo al pastor que había compartido la noticia con su madre, el pastor le explicó lo que significaba para él tomar su cruz: «Hay un alto precio para quien sigue a Jesús —le dijo el pastor—, podrías perder la vida».
TOMAR LA CRUZ
Finalmente, el padre de Abel se enteró de su nueva fe y de inmediato lo llamó para preguntarle si la noticia era cierta. Cuando Abel confirmó los temores de su padre, le pidió que se fuera de la casa. Como era un orgulloso musulmán fulani, no podía tener a un cristiano viviendo en su casa.
Abel se trasladó a otra ciudad y finalmente entró en contacto con un centro de formación financiado por VOM, el cual ofrece refugio a los cristianos que dejan el islam. Además del compañerismo y la relativa protección que recibió en el centro de formación, Abel participó en un programa de discipulado que lo ayudó a crecer en la fe.
La familia de Abel, que se había enterado de dónde vivía, se enfadó todavía más por su conversión al cristianismo y decidió enviar a uno de sus hermanos, a un excompañero de la escuela y a otros dos hombres para secuestrarlo. El antiguo compañero lo llamó y, fingiendo que quería ponerse al día, lo invitó a comer. Durante su conversación en una cafetería, una camioneta se detuvo y los otros hombres salieron del vehículo y obligaron a Abel a entrar.
Los hombres le dijeron que si se negaba a volver al islam, pagaría un precio. «No voy a volver al Islam —respondió Abel—. Ahora soy cristiano».
Los hombres encerraron a Abel en una habitación donde no recibía ningún tipo de alimento, salvo las migajas que su hermano menor conseguía llevarle a escondidas. Al cabo de dos semanas, otro de los hermanos de Abel vino y le ordenó que volviera al islam. «No voy a volver al Islam, porque lo que he visto es la verdad, y he tomado la decisión de mantenerme en esa verdad», le dijo Abel.
Entonces su hermano lo apuñaló varias veces y comenzó a golpearlo con varas. Pero ni siquiera la tortura pudo persuadir a Abel de que dejara a Jesús.
Su hermano por fin salió de la habitación, y cerró la puerta con llave tras de sí. Pero la madre de Abel, desconsolada por su hijo, envió a su hija a abrir la puerta y liberarlo.
CRECIMIENTO Y EVANGELIZACIÓN
Abel huyó a una ciudad más pequeña de Nigeria donde pensó que estaría a salvo de su familia. Después de visitar varias iglesias allí con la esperanza de encontrar a alguien que pudiera ayudarle, un pastor finalmente accedió a escuchar su historia. El pastor, después de una larga conversación, le sugirió que se quedara allí y continuara sus estudios de discipulado.
«Fui a la escuela bíblica para conocer más a Dios y fortalecerme en el Señor de modo que cualquier reto futuro como el que enfrenté no me sacudiera», dijo.
Más tarde, Abel se reencontró con sus amigos del centro de formación en la ciudad; se dio cuenta de lo mucho que su tiempo allí le había ayudado a permanecer fiel a Jesús durante los problemas con su familia. Si eso no hubiera pasado, dijo, habría sucumbido no solo a la persecución de los musulmanes, sino también a las tentaciones y trucos que utilizan para atraer a los nuevos cristianos a volver al islam.
«Los que no pasan por el [centro de formación], no permanecen así —dijo—. Obtienen dinero y casas, así que cuando los persuaden de esa manera, vuelven».
Desde 2011, Abel ha discipulado a otros cristianos convertidos del islam en el centro de formación, y los ha ayudado a obtener la misma fe inquebrantable que él tiene ahora. Dado que ha superado muchos de los mismos obstáculos a los que ellos se han enfrentado, confían en él al tiempo que tratan de seguir al mismo Jesucristo que no ha abandonado a Abel desde aquel primer sueño.