Los guerrilleros obligaron a Luis y a Sofía a cambiar sus planes ministeriales, pero al final, la pareja busca a Dios para su próximo movimiento en las zonas rojas de Colombia“.

En 2017, después de varios años de trabajo ministerial en las peligrosas “zonas rojas” controladas por los rebeldes de Colombia, el pastor Luis y su esposa, Sofía, regresaron a si ciudad natal para plantar una iglesia.

Aunque sabían que la región montañosa de la selva estaba tomada por miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), un grupo guerrillero marxista, aún creían que podían llevar eficazmente el Evangelio a las 600 personas en la zona. Sin embargo, cuando la iglesia creció a 70 miembros, escucharon rumores de que las FARC los consideraban una amenaza.

“Ellos temen a los cristianos porque tenemos principios, nosotros no mentimos. Piensan que los cristianos diremos cosas sobre ellos que no quieren que la gente sepa. También somos difíciles de reclutar, y no cultivaremos plantas de coca para producir cocaína”, comentó.

Poco a poco, las FARC trataron de tomar el control de la iglesia, diciéndole a Luis cómo podía y no podía gastar los diezmos y ofrendas de la iglesia. Y poco después, él y Sofía notaron que algunos miembros de su iglesia eran espías de la guerrilla.

La pareja admite que luchan contra el temor mientras dirigen la iglesia. Pero al final, recuerdan que sirven a un Dios soberano. “Uno confía en Dios —dijo Sofía—. Y se convierte en una forma de vida”.

Mientras Luis estaba fuera, haciendo algunas labores la mañana del 21 de marzo de 2021, fue sorprendido por el sonido de los disparos. Después de reunir rápidamente a su familia, corrieron a esconderse en la casa de su primo. Un grupo de guerrilleros que se habían separado de las FARC había llegado a la zona con la esperanza de apoderarse de una parte de ese territorio. Y en cierto momento, el tiroteo estuvo a solo 100 metros de la casa donde Luis y su familia se habían refugiado.

Después de una sangrienta batalla que dejó seis guerrilleros muertos, las FARC derrotaron al grupo disidente y mantuvieron el control de la zona. Luego, unos 30 minutos después de que terminaron los disparos, miembros de las FARC convocaron a todo el pueblo. “[Sofía] pensó que íbamos a morir —dijo Luis—, pero fue entonces cuando nos informaron que dos mujeres de la iglesia habían sido asesinadas”.

Luis fue a la casa donde se había reunido un grupo de mujeres de la iglesia y encontró los cuerpos de las dos mujeres que habían sido asesinadas. Los guerrilleros trataron de detenerlo, pero él los ignoró. “En ese momento, no sentí miedo —dijo—. Solo quería ir a verlas. Ellas eran parte de la iglesia que pastoreo”. A las mujeres les habían disparado en la cara. No está claro si fueron atacadas intencionalmente o simplemente atrapadas en el fuego cruzado.

Luis ayudó a bajar sus cuerpos desde el segundo piso de la casa. Y después, las FARC lo obligaron a él y a otros creyentes a cavar tumbas en el cementerio de la comunidad para las dos mujeres, así como para seis combatientes de ambos lados de la batalla.

“Eso me desgarró, me rompió el alma —dijo Luis—. No tengo palabras para decir lo que sentí en ese momento”.

Luis relató que cuando comenzó a palear la tierra, se preguntaba si se vería obligado a cavar una tumba adicional. “A veces te hacen cavar tu propia tumba — dijo, refiriéndose a cómo otros pastores habían sido asesinados—. Te disparan y te arrojan dentro”.

Al día siguiente, las FARC ejercieron aún más su control sobre los habitantes de la comunidad al anunciar un confinamiento obligatorio. Quien fuera visto en las calles sería asesinado.

Los guerrilleros iban de puerta en puerta, aterrorizando a las familias y robando sus posesiones. “Tenían como objetivo personas específicas… y eran cristianos” —dijo Luis—. “Sabían a quién estaban buscando”.

Los rebeldes destruyeron la iglesia de Luis y Sofía, y reanudaron el combate durante los siguientes días. Disparos de armas automáticas estallaban aleatoriamente a su alrededor, y ocasionalmente se escuchaban explosiones a la distancia. A medida que la lucha continuaba, la pareja se quedó sin comida para sus cinco hijos. A la mañana del octavo día, cuando los enfrentamientos parecían disminuir, los guerrilleros avisaron a los cristianos que tenían tres horas para abandonar la zona o serían asesinados. A todos los demás civiles se les permitió quedarse.

Los 70 creyentes corrieron hacia las canoas y lanchas a motor, llenándolas hasta su máxima capacidad. Algunos de los botes llevaban docenas de personas mientras se alejaban de la ribera, y Sofía dijo que un bote estaba tan lleno que comenzó a hundirse.

Luis y Sofía se aseguraron de que cada miembro de la iglesia hubiera logrado huir antes de marcharse. “Era mi responsabilidad, mi ministerio —dijo Luis—. Era una responsabilidad que Dios me había dado. Se tiene que cuidar al rebaño”.

Al mediodía, todos los miembros de la iglesia habían sido evacuados. Y temiendo por sus vidas, algunos habitantes no cristianos también habían huido. Luis había enviado a cuatro de sus hijos con antelación en otro bote, mientras que él, Sofía y su hijo menor se quedaron atrás.

Sin más botes para abordar, esperaron ansiosamente que alguien los llevara mientras se acababa el plazo de tres horas. “Yo lloraba y oraba —recordó Sofía—. Mas Dios tenía el control. Finalmente, alguien vino y nos llevó. Dios proveyó una pequeña barca”. Mientras subían al bote, uno de los guerrilleros trató de intimidarlos una última vez. “Sabes —dijo—, el Evangelio no sirve de nada”.

La pareja ignoró al guerrillero, subió al bote y comenzó un viaje de tres horas al nuevo hogar que otro pastor había arreglado para ellos. Allí, volverían a esperar la dirección de Dios.

Cuando llegaron al nuevo lugar, Luis y Sofía no tenían nada. Habían estado tan ocupados ayudando a la gente a subir a los botes que no habían tenido tiempo para tomar lo básico como ropa, comida y artículos de tocador.

Por ello, estaban agradecidos por la ayuda que recibían de los cristianos locales, incluida una familia que los acogió en su hogar. “Gracias a Dios por un hermano de ese pueblo que nos dio ropa y nos permitió quedarnos en su hogar”, dijo Sofía.

El resto de los miembros de la iglesia se instalaron en tiendas improvisadas
en el gimnasio de una escuela, y Luis continuó dirigiendo los servicios de adoración para ellos. Los aldeanos no cristianos que habían huido de la aldea pronto se unieron a la congregación cristiana, y una mujer puso su fe en Cristo inmediatamente después de salir de la aldea. “Ella asistió a la iglesia y dijo que Dios la había salvado por una razón”, dijo Sofía con una sonrisa.
Luis y Sofía dijeron que la experiencia solo ha aumentado su fe y los ha hecho más valientes. Ahora quieren ir más profundo, más profundo en la selva con la Palabra de Dios y más profundo en su relación con Él. “Hace que todo lo que ha sucedido valga la pena —dijo Luis—. Dios se ha encargado de todo”.

La pareja pide oración por sabiduría mientras continúan guiando a los cristianos y compartiendo el Evangelio en su nueva ubicación. “Oren para que
Él abra las puertas de los proyectos que no hemos podido hacer —dijo Luis—. Quiero regresar al trabajo misionero. Me gusta ser misionero en el campo, y quiero ser pastor. Quiero hacer ambas cosas”.

Tres horas para partir
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