Al crecer como budista en Nepal, Min Maya se burlaba de sus amigos cristianos. De vez en cuando visitaba la iglesia en su aldea para obtener útiles escolares gratuitos, pero por lo demás no tenía ningún interés en el cristianismo, y a su madre ni siquiera le gustaba que aceptara lápices y papel gratis de la iglesia. La madre de Min Maya era una lama budista que realizaba rituales para bendecir a muchos aldeanos que solicitaban sus servicios. Así que cada mañana, Min Maya debía unirse al culto budista en el santuario familiar. Cuando tuvo la edad suficiente para dejar la casa de sus padres, Min Maya se mudó con su hermana mayor a la capital nepalí, Katmandú, donde abundaban los empleos y la paga era mejor. Mientras estuvo en Katmandú, enfermó gravemente y su madre envió sacerdotes budistas para brindarle remedios. La salud de Min Maya permaneció sin cambios, por lo que su hermana, Suku Maya, que había recibido una Biblia de un amigo cristiano, invitó a algunos cristianos a orar por ella. La salud de Min Maya mejoró rápidamente, pero le preocupaba que aceptar las oraciones de los cristianos pudiera significar que tenía que convertirse en cristiana.
Después, cuando otro sacerdote budista se enteró de la enfermedad de Min Maya y oró por ella, la salud de Min Maya volvió a deteriorarse. Ella sabía que tenía que llamar a los cristianos para pedirles ayuda. Esa noche, un pastor y su esposa visitaron a Min Maya y oraron por ella. “Ese fue el momento adecuado para que yo supiera que debía seguir al Señor Jesucristo —dijo Min Maya—. Pero mi madre no estuvo de acuerdo”.
La familia de Min Maya pronto decidió que ella necesitaba regresar a casa, y su madre la instó a encontrar otro lama para que orara por ella. “Si voy [al lama], moriré —pensó Min Maya—. No quiero morir; quiero la vida”. Cuando Min Maya les dijo a sus padres que había sanado gracias a la oración de los cristianos y que quería asistir a la iglesia, su madre se enojó mucho. “Si tú vas a la iglesia —le gritó—, ¡te echaré de esta casa!”. Min Maya pasó la noche en casa de su tía, y al día siguiente regresó a casa y comenzó a asistir secretamente a la iglesia. Cada sábado, el día que los cristianos nepalíes se reúnen para adorar, Min Maya esperaba a que su madre se fuera antes de tomar un autobús para ir hasta una iglesia en otra aldea.
Después de un mes, algunos vecinos descubrieron a dónde iba Min Maya y le dijeron a su madre. Cuando Min Maya regresó, su madre trató de golpearla con un gran palo, por lo que Min Maya corrió a la casa de una amiga y llamó a su pastor.
Al día siguiente, Min Maya se armó de valor y regresó a casa para hablar con su madre. Pero su madre, todavía furiosa, le ordenó que se fuera y que no volviera. “Fue un momento muy aterrador”, dijo. Después de refugiarse durante varias noches con una familia cristiana y luego en su iglesia, fue invitada a un programa cristiano de capacitación en Katmandú. Mientras tanto, se mantuvo en contacto con su padre, quien tuvo cuidado de mantener su teléfono alejado de su esposa para que no supiera que había estado hablando con Min Maya.
Varios meses después, la madre de Min Maya llamó y dijo que quería verla. Después de que la familia cenara, la madre de Min Maya sacó un gran palo y lo blandió ante Min Maya y su hermana, que había regresado a casa durante la pandemia. “¿Quién es más grande? — preguntó su madre—. ¿Es tu madre la más grande, o lo es tu Jesús?”.
Cuando Min Maya y su hermana respondieron que Jesús es el más grande, su madre golpeó la pierna de Suku Maya y luego caminó hacia Min Maya. Sus hermanos y su padre la protegieron del daño, pero la madre de Min Maya continuó rechazándolas a ella y a su hermana debido a su fe en Cristo.
Cada sábado, su madre se quedaba junto a la puerta principal con su palo, evitando que las jóvenes salieran de la casa para asistir a la iglesia. “Sabemos que Jesús está con nosotras —dijo Min Maya— “[entonces] ¿por qué no oramos cara a cara aquí en la casa?”. Al darse cuenta de que sus hijas oraban al cerrar los ojos, su madre les ordenó que no cerraran los ojos. Luego les escondió la comida, dejándolas sin nada qué comer. Cuando les llevaba el arroz ofrecido a los ídolos del templo, ellas lo sabían. Durante su difícil tiempo en casa, Min Maya se consolaba con el Evangelio de Mateo. “Lo más importante fue que Jesús vino a este mundo por nuestros pecados y experimentó dolor como nosotras— dijo Min Maya—. Jesús también sufrió… por nosotras. Eso es realmente especial”. Una noche, después de que el hermano de Min Maya se enojara tanto que la golpeó, las hermanas decidieron irse.
“Un obrero de primera línea ministerial las ayudó a obtener capacitación como costureras para que pudieran mantenerse”.
Un obrero de primera línea ministerial las ayudó a capacitarse para convertirse en costureras, y pronto abrieron una tienda de vestidos para bodas. Los cristianos les han ayudado a comprar cinco máquinas de coser, y han contratado a otra joven cristiana para trabajar con ellas.
Las hermanas viven en una habitación arriba de la tienda, pero el dueño del edificio no quiere que entren cristianos o extranjeros a la tienda. Uno de los versículos favoritos de Min Maya es: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Tim. 4:12). La relación de las hermanas con su familia sigue siendo difícil, su madre y la mayoría de los aldeanos culpan a su fe cristiana por la reciente muerte del padre de las jóvenes.
Min Maya, ahora de 23 años, continúa siguiendo al Señor, levantándose temprano cada mañana para leer la Biblia, orar y adorar. “La adoración es lo mejor para mí. Es un tiempo con el Señor, de corazón a corazón”, afirmó.